domingo, 10 de diciembre de 2017

Del latín "ser fuerte / tener valor"

Ése es el origen de "EVALUAR".

Y bajo mi punto de vista, ése debería ser nuestro cometido como maestros: que con la evaluación nuestros alumnos salieran reforzados, sintiéndose más fuertes, más valorados y con menos miedos, y no hundidos en la miseria según qué resultados o sintiéndose superiores a sus iguales por ídem.

¿Os confieso algo? Ni entiendo ni comparto el sistema actual de evaluación, al menos el que se emplea para Primaria. Me parece absurdo, incompleto, contraproducente, insuficiente e irreal.
Y más si pienso en mis alumnos de 1°.

¿De verdad debo valorar si A lee mejor o peor con un número? ¿Qué información le estoy haciendo llegar a su familia si digo que D tiene un 6 en lengua? ¿Que va leyendo pero no? ¿Que lee pero silabea? ¿Que lee pero no comprende? ¿Que lee pero no es capaz de escribir al dictado? ¿Que lee y escribe al dictado pero ni entiende ni escribe de manera espontánea? ¿Y si le pongo un 7 en matemáticas?
Menos mal que, por mi naturaleza rollera e incorformista, escribiré un comentario personalizado a cada alumno, destacando sus puntos fuertes y explicando sus puntos débiles, y así sus familias tendrán algo más clara la evolución de sus pequeños, más allá de un 8 o un 5. Y aun así, no será suficiente.

¿Por qué no nos lo cargamos?
El sistema de evaluación, digo.
Es que, salvando las distancias, me parecía bastante más justo el que usaban conmigo cuando iba al colegio: Progresa Adecuadamente y Necesita Mejorar. Y así, al menos, la información sobre cada asignatura ya te indicaba si el alumnado avanzaba según el ritmo programado o más lentamente de lo "establecido" o esperado. Y quedándonos con el concepto base, más rápido o más lento, el alumno avanzaba, con aspectos a mejorar, vale, pero el enfoque era más amplio, o a mí me lo parece.

Y con esto no digo que deberíamos recuperar aquello, ojo, pero sí que deberíamos abolir la nota numérica.
Ni el trabajo, ni el esfuerzo, ni la motivación, ni siquiera los conocimientos adquiridos se pueden medir con un simple número.

Conocimientos: 6,2
Trabajo personal: 1,25
Aseo y materiales: 0,8
Actitud frente al trabajo: 0,75

¿En serio? ¿0,8 qué?

Para mí tiene el mismo sentido que responder con un "Macarrones con tomate" a la pregunta: "¿Qué hora es?".

Si yo pienso como madre y me pongo al otro lado del boletín... Me quedo como el emoticono de wassap que sube los hombros con las palmas de las manos hacia arriba.
A mi hijo le ponen un 7 en matemáticas. Ok. ¿Y qué quiere decir eso? ¿Que suma pero no resta? ¿Que suma y resta pero no resuelve problemas? ¿Que a nivel conocimientos va sobrado pero no pega ni chapa? ¿Que sólo lo hace bien los días impares?
¿Veis por dónde voy?

Pero ¿y si me pongo en el lado del niño/niña que lee por primera vez sus notas y que lo único que sabe o deduce es que 10 es lo más de lo más? ¿Qué lectura saca de su boletín y el de sus compañeros? Porque, queramos o no, hablarán de sus resultados con los demás, y compararán sus notas. ¿Entenderá que J es la mejor porque tiene muchos 10es? ¿Pero y por qué ella/él no tienen tantos o ninguno? Pero si se ha dejado la vida en clase, incluso en casa, practicando la resta ayudándose de macarrones crudos y de las decenas y unidades... Pues vaya chasco. ¿Qué más da que use macarrones o albóndigas si luego todo se resume en tener un 10 o un 4?

A mí, personalmente, me resulta mucho más costoso evaluar con un número sin más que escribir un buen informe de cada alumno y de sus avances. Me parece injusto y absurdo.

Sería un sueño que hiciéramos desaparecer en Primaria la nota numérica, que total no influye en nada en el temido acceso a la universidad, y que elaborásemos informes completos de cada uno de nuestros alumnos en los que, no sólo informáramos sobre sus avances y aquellos puntos "débiles" que hemos encontrado respecto a los contenidos programados. Sería un sueño si, en ese informe, destacáramos sus cualidades humanas y habláramos de los gustos que nosotros hemos detectado, para así poder hacer sugerencias que dieran un empujón a sus puntos débiles siguiendo sus gustos y motivaciones, de cómo aprenden, con qué se ilusionan, que áreas prefieren y qué tipo de actividades eligen en sus ratos libres.

El sábado hablaba con P y A, dos buenas amigas, y mejores maestras, sobre lo mal montado que tenemos el chiringuito de la evaluación.
Hablábamos de los alumnos de infantil y (el antiguo) primer ciclo de primaria. Hablábamos de que no se puede medir con un simple numerito todo lo que nosotros observamos de cada alumno, en cada uno de los muchos aspectos de cada área, ni lo que ellos nos transmiten con cada acción y cada reacción, en todas sus actuaciones.

¿Y si nos cargamos el sistema de evaluación con numeritos para mejorarlo?

¿Y si nos inventamos uno, que en realidad ya está inventado, basado en la información directa y completa, la comunicación escuela-familias y la apreciación de las diferentes inteligencias y estilos de aprendizaje?

¿Y si tenemos el valor de hacer una REVOLUCIÓN en la evaluación? ¿Y si le damos la vuelta y la convertimos en lo que debería ser?

Sí, he dicho REVOLUCIÓN... del latín "dar vueltas".
Sí, hablaba de EVALUAR... del latín "ser fuerte / tener valor".

Ahí lo dejo. 😉


miércoles, 6 de diciembre de 2017

Llamémosle... ¡Villancico!

Antes de leer esta entrada, te invito a escuchar la letra de esta canción.

VILLANCICO POP - CADENA 100

No es larga, prometido.
Vale la pena escucharla (y sentirla) porque no es un villancico al uso.
Es una canción con alma.
Una canción atemporal y una lección para nosotros, los adultos, que debería ser lectura obligatoria cada mañana, de las que se tienen en la mesita de noche y se releen de vez en cuando.

Por eso la elegí el curso pasado para que mis alumnos felicitaran la Navidad a sus familias, y por eso la he vuelto a escoger éste, para que mis nuevos alumnos se la canten a sus compañeros de nivel, a los maestros y a sus familias. El fin: que nuestro público (adulto) escuche el mensaje en forma de voz infantil, que parece que siempre toca más la fibra. Porque esta canción es un canto a la humanidad, a la sinceridad, a la autenticidad y a la bondad, porque sí y sin más. Que ya es mucho.

"...Cuando mis sueños se convierten en realidad,
Cuando la gente se demuestra su cariño,
Cuando un revólver se lo piensa... ¡Es Navidad! ¡Y no sólo para niños!...

Y al volver la vista hacia detrás,
Tendremos que arreglar nuestros despistes,
Perdonar a quien nos engañó (¡TELA!),
Dar triunfo a quien perdió y reír al triste..."

El primer día que la escuchamos en clase, y después de dejar que la oyeran una vez, la volvimos a poner, pero para parar en cada estrofa y analizar su mensaje.

Sí, mis alumnos tienen 6 años, algunos ni eso, ¿y? Eso no los hace menos capaces de comprender qué es ser buena gente y cuánta necesidad tiene el mundo de que sea Navidad cada día.

Porque la Navidad es una época bonita por y para la infancia. Y porque, a mi modo de ver, ahora que me pasé al lado oscuro de los adultos, y del que me escapo siempre que puedo, la Navidad es una época ficticia para el resto.

Lo que vivimos los adultos en esos "cuatro" días concentrados es un espejismo, que acaba conforme los Reyes Magos dejan su carbón dulce y sus regalos.
Fin de la historia.

Eso sí, durante esos cuatro días nos esforzamos en que todo parezca bonito, bueno, dulce y bla bla bla. Hacemos tal apología a la irrealidad que ríete tú de la movida que George Lucas se inventó para Star Wars.

¿Y luego? Pues luego nada.
Volvemos a juzgarnos, a criticarnos, a mirarnos por encima del hombro, a ser individualistas y bla bla bla.
Pero ¿Qué dices mujer? Qué ganitas de polémica, ¿no? Si hasta hacemos el "amigo invisible" y regalamos cosas a quienes de normal juzgamos, criticamos, miramos por encima del hombro y bla bla bla.
Pues eso.

Que nos hace mucha falta recuperar esa voz interior infantil. La genuina, la que cree en la magia del día a día.
Necesitamos expandir el espíritu navideño a los 365 días del año, a ver si así, con suerte, conseguimos sacar a flote el espectáculo de inhumanidad en el que nos hemos convertido.

Y si los responsables de este mundo sin alma somos los adultos, quienes hemos de arreglarlo somos nosotros.
Y arreglarlo no pasa por enseñar a nuestros alumnos un villancico, inventarnos un bailecito más o menos acorde, en función de nuestra gracia e ingenio, pedirles que se adornen con un espumillón dorado y sonreír mucho mientras cantan.

No. No se trata de eso. Que subirnos a un escenario y venirnos arriba es todo uno.

Remendar el roto pasa por el día a día.
Entre nosotros y con ellos.
Pasa por ir al mercado de las buenas intenciones cada mañana, antes de lanzarnos al mundo adulto de lleno, y pedir:

- Medio kilo de respeto. No, mejor póngame el camión entero.
- Un kilo de espíritu de equipo.
- Dos kilos de compañerismo.
- Un cuarto de sinceridad y un cuarto de prudencia. Por eso de compensar el nivel de ingesta.
- Todo lo que le quede de humanidad.
- Medio kilo de admiración al prójimo y otro medio de reconocimiento del éxito ajeno.
- Y póngame, si acaso también, unas cortaditas de inocencia, locura y valentía, todo en el mismo paquete.

Yo creo, de corazón, que si invirtiéramos nuestros ahorros en semejantes ingredientes, íbamos a darle la vuelta al mundo en cuestión de semanas.
Pero no hay "tutía".
Vamos tan acelerados por las mañanas que la paradita en el mercado ni nos la planteamos.

Así que nada.

Pasamos al plan B: cantar canciones con mensaje y llamarlas villancicos.
A ver si cuela. 😉

domingo, 3 de diciembre de 2017

Maestros con C de capacidades, competencias y CORAZÓN.

A principios de este año, mi amiga Cristina (lo de la C no creo que sea casual), que estaba acabando psicología, me habló de Mar Romera. 
Había tenido la suerte de asistir a una de sus jornadas y me contaba, emocionada, cómo le había volado el tiempo escuchando a esta mujer. Pero lo que más me marcó fue que me dijera que con cada cosa que contaba cuando hablaba de los niños, de los niños en la escuela, había pensado en mí, y en las muchas conversaciones que habíamos tenido sobre el proceso de enseñar y aprender.
Así que me dije que yo tenía que ir a escuchar a Mar Romera sí o sí.

La primera vez que tuve la suerte de quedarme embobada con ella, literalmente hablando, fue en mayo. 
No sabéis lo que significa encontrarse cara a cara con esta gran comunicadora para alguien que cree en una escuela humana, hecha por, para y con los niños, pero además formada por personas, incluyendo a las familias, que tienen como leitmotiv el AMOR, así en mayúsculas, que queda más cursi.

Mar Romera ha vivido la escuela desde dentro, pasando por todas sus etapas, universidad incluida, así que no habla de oídas sino desde sus entrañas. Pero lo que más llama la atención de ella es que alguien con su bagaje profesional (¡Flipas!, que diría ella) colega de primera mano de Tonucci, que se codea con la creme de la creme de la neurociencia... Resulta ser la humildad y la naturalidad personificadas. 

Y claro, con todo este combo, te enamoras. Y te falta tiempo para apuntarte a su nuevo curso.
Y cuando estás casi en la misma butaca que la otra vez, y empieza su ponencia con un temazo de Pink Floyd, vuelves a emocionarte. Y cuando comienza a hablar sobre Carlitos, en representación de todos los Carlitos del mundo, y a comparar a la escuela perfecta con Hogwarts y a Dumbledore con el director ideal, vuelves a llorar como una magdalena, de impotencia, de esperanza, de ilusión, de rabia, por sentirte comprendida y por saber que la escuela con la que sueñas existe, es posible y que para hacerla realidad sólo tienes que "tirar muros y vacas". O eso dice ella. Y claro, dicho así, suena hasta fácil. 
Y así te despides de Mar con un "hasta luego" porque tienes la certeza de que volveréis a encontraros pronto, y con el corazón llenito de calor, de calor del bueno, del calor que hace escuela.

Pues, señores, aunque no lo parezca, yo en realidad no venía hoy a hablar de Mar Romera. Yo venía a hablar de los maestros de corazón, que curiosamente empieza igual que capacidades y competencias. 

Venía a hablar de esos maestros que sonríen cada mañana mientras dicen taitantas veces "buenos días", que empiezan la semana preguntando a sus alumnos sobre su fin de semana, pero sin fin académico, sólo por saber y para hacerles conectar. Hablo de esos maestros que les cuentan a sus alumnos cómo se sienten, sin necesidad de contarles su vida, aunque se la contarían si ellos preguntaran, porque así los ayudan a entender que hoy anden más serios o simplemente más cansados. Hablo de los que nunca gritan y siempre hablan dulce, porque para corregir no necesitan elevar la voz, les bastan las palabras adecuadas y la mirada. Hablo de los que nunca rompen, y menos aún en público, el trabajo de sus alumnos porque entienden que eso los humillaría y les daría un mensaje más que destructor. Hablo de los que no etiquetan ni emiten juicios de valor negativo mientras hablan del alumno como si no estuviera delante, o peor, como si fuera un mueble. Hablo de los que no generalizan para hablar sobre su clase y tampoco la califican con palabras grotescas. Hablo de los que cuando ven que la clase no avanza en algún aspecto, académico o humano, se preguntan en qué están fallando o qué pueden mejorar y no echan balones fuera "porque es la peor clase de la escuela". Hablo de los que caminan de la mano de las familias de sus alumnos porque entienden que si no hay equipo no hay partido, y si no hay partido, nunca puede haber victoria. Hablo de los que no castigan sin recreo a favor de un trabajo que no se acabó, sino que le dan la vuelta a la tortilla para llevarse al alumno a su terreno sin necesidad de robarle el único rato de esparcimiento que tiene, y que necesita. Hablo de los que enseñan jugando y de los que juegan sin ánimo de enseñar nada, porque saben que hasta en esas situaciones se dan ocasiones de aprendizaje. Hablo de los que interrumpen la rutina para poner una canción bonita y hablo de los que trabajan con música en el aula. Hablo de los que usan la magia inventada para que la verdadera magia ocurra en sus cabecitas. Hablo de los que salen al patio a dar clase porque sí. Hablo de los que les enseñan a no hacer filas justo para que aprendan naturalmente a ir de manera ordenada, tranquila y cívica, la vida misma. Hablo de los que lloran con ellos de emoción y usan sus lágrimas de colchón para que ellos empaticen y se atrevan a soltar lastre. Hablo de los que abrazan, besan y miman. Hablo de los que quieren a las familias dentro de la escuela, pero de verdad, más allá del festival de Navidad, porque las quieren y las necesitan de manera activa y participativa, siempre al lado, nunca en frente, para hacer equipo y no para darles lecciones de educación.

Pues sí. Yo hoy venía a hablar de esos maestros que valoran a sus alumnos con el corazón y por su corazón, y que precisamente por eso son sensibles de reconocer las capacidades individuales de cada uno de ellos, a sabiendas de que ésas serán las que los harán competentes en algunos aspectos y por las que tendrán dificultades en otros. Y además, les harán ver que NO PASA NADA, porque la heterogeneidad es riqueza. Y porque las diferencias son un abanico de infinitas posibilidades si trabajamos juntos. 

Y esto es lo que firmemente creo que le viene faltando a la escuela: MAESTROS DE CORAZÓN, con respeto real a la diversidad en la enseñanza, a la de sus iguales, para poder apreciar después las distintas capacidades de cada uno de sus alumnos y con la certeza de que nada es absoluto, ni los métodos ni las modas educativas. 

Yo creo que la única verdad absoluta en la escuela son los alumnos, su corazón y sus necesidades. 

Así pues, gracias Mar, por decir verdades como puños y por intentar hacer de la escuela un mundo digno para la infancia.

Está claro que lo que necesitamos no son maestros "último modelo en innovación educativa", sino más MAESTROS CON C, de CORAZÓN.

domingo, 26 de noviembre de 2017

La enseñanza es movimiento

El proceso de enseñanza-aprendizaje no es comparable a una ciencia exacta, porque en él intervenimos personas, no números. Y las personas somos volubles, cambiantes, variables, imprevisibles y sensibles a las emociones. 

La enseñanza es movimiento constante.

No, no hablo sólo de los niños en su papel de alumnos. Hablo de nosotros, los adultos, en nuestro papel de maestros y familias. 

No hay dos días iguales porque no hay dos días en que nuestro humor, nuestro carácter y las circunstancias que nos rodean e influyen en ambos lo sean.

Por tanto no puede haber dos días en que enseñemos lo mismo y de la misma manera. Ni por ellos ni por nosotros. Porque esto de la enseñanza va de tratar con personitas, muchas a la vez, diferentes, con distintas maneras de ver la vida, de asimilarla, de aprender sobre ella y de interesarse y entusiasmarse por ella.

El sábado tuve la gran suerte de poder escuchar a cuatro personas dedicadas al mundo de la enseñanza (César Bona, Juan de Vicente, Marta Molina y Jordi Mussons) que insuflaron en mí el rayito de esperanza que necesitaba para seguir. Para seguir haciendo las cosas desde el corazón digo, y no desde las ataduras a los guiones preestablecidos. Porque enseñar va de abrir los ojos de quienes tenemos delante a un mundo que es un caos, y enseñarles a defenderse y a utilizar los medios que tienen a su alcance para sobrevivir en él. 

Enseñar va mucho más allá de rellenar páginas de libros, cuadernos o fichas. Que no digo que no tenga que hacerse. Pero lo que está claro es que enseñar a sumar y no ayudarles a vivenciar situaciones reales en las que usar las sumas, hacerles memorizar el proceso digestivo durante años y no crearles una conciencia alimenticia saludable, o hacerles aprender ríos sin ser capaces de sacarlos fuera del aula a amar la naturaleza y poder aprender de ella in situ... Para mí no tiene sentido.

En el mundo educativo vivimos anclados en el pasado más pasado. En el principio de la historia. Seguimos dando clases en las que nosotros somos todo el tiempo la figura principal. Decimos (y mentimos) que centramos nuestra enseñanza en los intereses de los alumnos, o eso cuentan los temarios de oposición, y continuamos llevando nosotros la voz cantante en todo. Preguntamos para que nos respondan. Explicamos para que nos escuchen. Dictamos para que copien. Ni preguntan. Ni escuchamos. Ni dejamos lugar a la improvisación. Porque hasta si hacemos proyectos no arriesgamos a dejar el tema a su elección, ya nos encargamos de dirigir con mucha mano izquierda sus intereses para que nos cuadren con los nuestros. ¡Pero si hasta los guiamos para elegir el nombre de la clase cuando están en infantil!

Nos parece una locura reducir el número de libros o cuadernos complementarios porque entonces nos sobran horas. ¿Nos sobran horas? ¿En serio? ¿Con todo lo que tenemos que enseñarles más allá de la lectura, la comprensión y las matemáticas? A mí me faltan.

A mí me faltan horas para poder llevar a cabo todas las iniciativas que se les ocurren a ellos cuando los dejamos expresarse, pero de verdad, no de "ah, sí, sí" para cortar rápido y seguir con la ficha.

Me faltan horas para que aprendan jugando, que es como más aprenden porque desarrollan esa parte tan suya y tan necesaria del ensayo-error. 

Me faltan horas para llevármelos a ver mundo, el suyo, el de su pueblo, el de la tienda de la esquina, el de la estación de tren, el del mercado, el de la residencia de ancianos, el del consultorio. Me faltan horas para que aprendan de manera real y no a golpe de fotos y dibujos.

Y va y el sábado, estas cuatro personas que se han hecho eco en el mundo educativo por méritos propios, y que por suerte (la nuestra) tienen mucho tirón a nivel social, me vienen a decir con sus ponencias... ¡Que no estoy loca! ¡Ni sola! Y que darles a nuestros alumnos lo que de verdad necesitan empieza a ser una realidad cada vez más extendida, o al menos más comprendida y mejor vista.

¿Sabéis cuáles son para mí los principales problemas actuales en el sistema educativo, más allá del propio sistema que deja bastante que desear? La lectura que queremos hacer de él y nosotros, los propios maestros. Así es.

Porque hemos levantado el muro de Berlín educativo, una pared bien alta, que no ha hecho más que acentuar las diferencias entre quienes creen a ciegas en la enseñanza de siempre y quienes creemos que educar va más allá de cumplir con el currículum. Porque alguien nos ha vendido que lo tradicional y lo innovador tienen que vivir peleados y enfrentados. O nos lo hemos querido creer sin necesidad de una venta. A estas alturas no lo sé.

Parece que no somos capaces de dejar que cada cual haga lo que mejor se le dé, porque si no coincide con nuestras maneras, está mal. Y es entonces cuando aparecen los buenos y los malos, o los normales y los raros; hablando en plata, las ovejas negras.

Yo me reconozco oveja negra, tizón para más señas. 

A lo mejor porque, además de sentir que enseño materias, necesito sentir que me implico a nivel afectivo y emocional con mi alumnado y sus familias. Aunque no se entienda (que no siempre se entiende). Aunque no se comparta (que no siempre se comparte).

Y por eso sueño con un futuro en el que todos los alumnos tengan derecho a una escuela que los escuche de verdad, a ellos, a sus familias, a sus ritmos, a sus habilidades,  a sus capacidades, a sus necesidades y a las necesidades de la realidad social en la que vivimos. Porque sueño con una escuela en la que todos tengamos algo que decir, algo que construir juntos. Sueño con una escuela humana donde prime la humanidad y el querer formar personas. Personas que mejoren el ahora y que con ello estén sin saberlo tejiendo su futuro.

Soñar es gratis. Pero dicen que si sueñas algo con mucha fuerza, acaba ocurriendo.

El sábado hubo cuatro personas que hicieron que volviera a soñar que es posible una escuela mejor. Mejor para nuestros alumnos. Mejor para sus familias. Mejor para nosotros, los maestros. Pero no mejor por ser innovadora, sino mejor por ser una escuela hecha por personas para personas y con personas. 

Gracias César, Juan, Marta y Jordi. De corazón.

E

lunes, 20 de noviembre de 2017

¿QUÉ CELEBRAMOS EL 20 DE NOVIEMBRE?

Hoy es un día muy importante, porque es el DÍA INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS DE LA INFANCIA.

Hoy es el día de los derechos de todos los niños y niñas del mundo. Sí, de los que no tienen la suerte de tener una infancia digna porque el mundo está así de mal repartido, también.

Y por eso, hoy en clase hemos hablado de cuáles son los derechos, o al menos de algunos de ellos, que a todos los niños les corresponden por el simple hecho de ser niños.

Así, a bote pronto, tienen derecho a la vida, a una familia, a un hogar, a una educación, a jugar, a ser y estar protegidos...

Hoy en clase hemos hablado de lo afortunados que son porque tienen todo lo anterior, y también de que hay muchos niños en el mundo que no tienen tanta suerte. Son conscientes de ello. Saben que vivimos en un mundo repartido injustamente y que tienen la fortuna de haber nacido donde han nacido.

Hemos hablado de cómo sus familias han de encargarse de que tengan todos esos derechos cubiertos, y de cómo los maestros en la escuela también tienen el deber de asegurarles una infancia en la que esos derechos se contemplen. Y jugar es uno de esos derechos. Y sentirse protegido también. En ningún sitio sale reflejado el derecho a "dejar de jugar para crecer" o el derecho a "ser etiquetado sin remedio".

Es por eso que hoy en mi clase, además de aprender con los libros, hemos jugado, imaginado y soñado. Pero eso no es nuevo, porque ya lo hacemos todos los días. La novedad de hoy, para celebrar un día tan importante, ha sido una tontería que ha roto la rutina y nos ha ayudado a trabajar aún mejor: cantar y bailar una canción de Morat, cuya letra tiene "mucha tela" si pasamos de canturrearla a escucharla con corazón de maestros.

La canción es YO CONTIGO, TÚ CONMIGO.

No es una canción cualquiera, porque además de tener un bonito mensaje subliminal, es parte de una conocida película y es muy divertida. Y se pega sin remedio. (¡Avisados estáis!😉)

No sé a vosotros, pero a mí me parece que ponerla en clase durante la semana, cantarla a grito pelado y bailarla hasta caer rendidos, puede ser un buen homenaje al día de hoy: el día de los derechos de la infancia. Pero también puede ser un buen homenaje a las personitas que son el motor de nuestro universo, laboral y personal, y que necesitan que les hagamos creer en un mundo mejor, no sólo en conceptos académicos, ya que es justo de sus creencias y sus esperanzas de lo que depende el futuro de este desastre que los adultos les estamos dejando como herencia.

Así que, hagamos de verdad que se sientan queridos y protegidos, consigamos que vengan a clase sin miedo al grito, al castigo sin patio y a la reprimenda por equivocarse en una suma por quinta vez.
Velemos por sus derechos, pero sobre todo, hagámoslos conscientes de que a querer se aprende queriendo... Y así con todo. Empezando por nosotros mismos.

martes, 14 de noviembre de 2017

Cuando las lecciones nos las dan nuestros alumnos

V A L E N T Í A...

En clase llevamos unos días hablando del poder que tiene el afán de superación, y de cómo algunas personas cuyos cuerpos no funcionan o no responden según lo que se considera "normal", son súper héroes y súper heroínas del día a día, que vencen las dificultades supliendo esa circunstancia especial con sillas de ruedas, piernas metálicas, bicicletas sin pedales, perros lazarillos o similares, y sobre todo con muchas ganas de vivir.

En clase hablamos de la valentía de esas personas especiales, niños y adultos, por ser capaces de sacar fuerzas y ganas y salir a comerse el mundo, y de que su actitud no entiende de derrotas sino de éxitos, los que se proponen conseguir batallando a diario contra la supuesta normalidad.

Pues a veces resulta que, en clase, los maestros nos hacemos pequeñitos, y tenemos que dejar paso a una súper heroína de 6 años, menudita pero de una sonrisa enorme y permanente en su mirada, que sale a explicar su aportación al proyecto semanal y te lee lo siguiente:

"Valentía es luchar por lo que 'vale la pena'. Superar los miedos y los momentos difíciles. Ser valiente no es fácil, hace falta fortaleza interior, pero TODOS  PODEMOS SER VALIENTES."

Y saca de la caja de "Palabra de hada" su capa y su antifaz de súper heroína, con un libro que le ha regalado una buena amiga suya y cuya protagonista es "Mara", una niña como ella... Una niña que ha padecido un cáncer y lo ha vencido.

Una niña que, desde su perspectiva de niña, te cuenta que estar en el hospital era aburrido, porque no le dejaban salir apenas, para evitar constipados o infecciones, y que si salía tenía que hacerlo con mascarilla. Una niña que te cuenta que, a veces, en la tele les ponían dibujos de más pequeños como si fueran los dibujos más divertidos, y que mientras te lo cuenta se parte de risa y te hace vivenciar ese recuerdo tan suyo como un momento dulce, haciéndote olvidar por un momento que, si veía la televisión en el hospital, y no en casa, es porque estaba con su quimio.

A veces a los maestros se nos pone un nudo en la garganta, y tenemos que hacer un verdadero esfuerzo por mantenernos, al menos, al mismo nivel que esa alumna que está hablando de su tratamiento de quimioterapia con una madurez y una calma que ya quisiéramos muchos adultos para nosotros. Y que habla de cuando tenía la cabeza pelona y usaba pañuelo, de por qué ahora tiene el pelo así de cortito y suave, y de las veces que aún ha de explicar que es porque ha tenido una enfermedad. Y te lo dice así, tan normal, con la normalidad de una niña que de normal que es, ES ESPECIAL. Especialmente VALIENTE.

A veces, en clase, tenemos "Maras" y "Maros" que no han tenido que pasar una quimioterapia, pero cuyo cerebro se empeña en no querer leer la letra que toca, y que aunque se dejen la piel por retener el sonido en cuestión, no hay manera de recordarlo para la siguiente vez. Y se enfrentan cada día a unos libros llenitos de un montón de letras juntas, que para ellos no tienen mucho sentido, y que les hacen recordar que no recuerdan lo que ya leyeron ayer. Y aún así... Lo intentan.

"Maras" y "Maros" que se tropiezan con su propia sombra, y para los que hacer un simple juego en educación física es todo un reto, pero que ni se plantean no intentarlo.

"Maras" y "Maros" que tienen pavor a hablar en público, y que, a pesar de todo, graban el programa de radio de la clase o leen el enunciado en voz alta.

"Maras" y "Maros" cuyo cuerpo necesita moverse todo el tiempo, y que aun así hacen verdaderos esfuerzos por aguantar tropecientas horas sentados, porque hay que leer, escribir, sumar, copiar, pintar y vuelta a empezar. 

"Maras" y "Maros" que son diversos, diferentes, variados, genuinos, irrepetibles. 
"Maras" y "Maros" que suplen su falta de algo con mucho de otra cosa. Que cambian la dificultad por espontaneidad y que, sí o sí, destacan por un montón de cualidades que los adultos hemos ido perdiendo por el camino, entre otras la naturalidad y la valentía.

A veces, los maestros deberíamos cerrar un rato el libro, y la boca, y los ojos... y abrir los oídos, el corazón y el cerebro para captar toda la vida que tenemos alrededor, en nuestros alumnos. Para reaprender y valorar el esfuerzo que cuesta cada pasito que dan. Para recordar que, una vez, tampoco hace tanto, fuimos esos niños, y quizás necesitamos que ese maestro que teníamos delante nos dijera que éramos especiales y valientes; y que no destacábamos en dibujo porque ya lo hacíamos en lectura, o no sobresalíamos en mates porque ya éramos especialistas en contar anécdotas familiares.

VALENTÍA...

Es justo de lo que llenan la mochila nuestros alumnos cada mañana. 

Es justo lo que nos falta, a veces, a los maestros para aceptar que la normalidad se mide con una vara de medir demasiado corta, y que normales, lo que se dice normales, en realidad... no lo somos ninguno.

Es lo que nos permite ser capaces de reconocer las cualidades que hacen especial a cada alumno, y que, sin duda, van más allá de la buena letra y el saber leer.

Gracias "Mara" por tu valentía pero, sobre todo, por ser especialista en sonreírle a la vida.😊❤

domingo, 5 de noviembre de 2017

Leemos con PATA PALO

El inicio de la lectura no siempre es un camino de rosas para los peques de primaria. Y aunque lo último que queremos conseguir es aburrirlos... No nos queda otra que hacerles leer, leer y leer, una y otra vez (siempre respetando ritmos y madurez) para que vayan asociando fonema y grafema. 

Así que, si queremos que no le cojan tirria a la adquisición de la lectura, es nuestra obligación (moral) inventar maneras de motivarlos y que sean ellos quienes deseen aprender, no por imposición sino por puro interés.

Más allá de la rutinaria cartilla y de los dictados, que son necesarios en este proceso, tenemos muchísimas maneras de practicar la lectoescritura con los peques de 1º de Primaria.

Este año en mi tutoría empezamos por intercambiar mensajes secretos con la clase vecina a través de la ventana. Sólo palabras simples que entre todos podíamos deletrear o identificar: HOLA, BON DIA, COM ESTEU... 

Ahora estamos utilizando la plastilina para escribir mensajes en la mesa a los compañeros, y es muy divertido. También se hacen dictados entre ellos (que escriben con plastilina) y es muy gracioso escucharlos remarcar cada fonema, exagerándolo al máximo para que al otro le quede bien claro. 😉

El viernes inventamos una nueva manera que nos encantó: LEER CANCIONES EN MODO KARAOKE. Aprovechando que somos la clase de Campanilla (1ºC), y que andamos inmersos en la historia original de Peter Pan y el mundo de los piratas de la mano de Garfio... Trabajamos la lectura sobre la canción PATA PALO de Kiko Veneno, en una versión que tiene la letra a modo de karaoke. 

La verdad es que, para no quitarle espontaneidad al momento y empezar la mañana bien animados, nos disfrazamos unos cuantos de piratas y Campanillas, y primero la escuchamos, después la bailamos con gestos que íbamos acordando entre todos y, por último, ya sin voz, fuimos leyendo la letra, parando en cada verso. Les gustó tanto la canción, y la actividad, que quisieron apuntar el título y versión en la agenda para practicarla en casa y hacerle cantar a las familias. 😂

Hay mil maneras de aprender a leer, sólo tenemos que encontrar cuál nos ayuda más con cada alumno para ayudarlos a salir de la rutina y motivarlos a querer seguir avanzando. Y siempre es mucho más fácil si partimos de la emoción, la ilusión, la novedad y la diversión. 

¡Ale! Os dejo por aquí abajo la canción. 
¿Os animáis a cantarla? 
Recordad poner cara de piratas y voz de Pata Palo. 😆👍




 Noni Medina Ibáñez. English Teacher.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Sin juego, no hay partida.

El interés de un niño por aprender siempre nace del juego. 

Nuestro papel en el proceso de enseñanza-aprendizaje debería ser el de fomentar esa parcela, en vez de matarla a base de mecánicas de trabajo repetitivas, o mensajes negativos ante el error, porque es justo del error de lo que aprendemos.

No hay nada más fácil que enseñar a un niño que está motivado y cuya ilusión se mantiene intacta. 

No hay nada más bonito que enseñar jugando a un niño que quiere jugar. 

Los niños se ilusionan ante la novedad, cuando les creamos expectativas positivas sobre su aprendizaje y somos capaces de convertir las dificultades en aventuras y retos. 

En la naturaleza del niño está la inquietud por descubrir. Su necesidad de saber, manipular y probar es espontánea. Y si entendemos eso y, además, respetamos el ritmo madurativo de cada niño, surgirá el milagro.

Convertir una operación matemática en una situación cómica para ellos, simular diferentes voces cuando les leemos y levantarnos de un salto a teatralizar la lectura, contar historias con una linterna, salir al patio a investigar libreta en mano, disfrazarnos para ayudarles a cambiar de lengua, dedicarles una canción, contarles cómo nos sentimos, rapear los conceptos más difíciles, decir el número de la página en decenas y unidades, escribir mensajes con plastilina y con música de fondo, que inventen cuentos de personajes disparatados e historias sin mucho sentido, dejar que aporten a clase objetos o experiencias relativas a lo que aprenden (o no) y que decidan ellos qué colgar en el aula y cómo decorarla (porque la clase no es nuestra), sin dejar de enseñar lo que deben aprender según el currículum... Es posible. 

Sólo hace falta tener respeto por sus necesidades, conocimiento de sus gustos, interés en aprender de ellos, capacidad para meterse en su mundo y muchas ganas de divertirse enseñando.

Y sobre todo... No dejar de jugar nunca. Porque sin juego, no hay partida. Y si no hay partida, difícilmente podremos llegar a la meta. 😉

jueves, 5 de octubre de 2017

Peter Pan y los Niños Perdidos

El primer trimestre de 1° de Primaria puede resultar estresante, para peques, familias y maestros.
La dichosa presión de que tienen que llegar a primaria sabiendo leer y escribiendo en minúscula puede acabar muchas veces en fracaso por adelantado, frustración y desmotivación. Y, sinceramente, no hay ninguna necesidad.
Los maestros tenemos a nuestro alcance mil y un recursos con los que conseguir que el cambio de etapa y la adquisición de estas dos habilidades, lectura y escritura, sean parte de un proceso natural, divertido y, sobre todo, exitoso.
Está claro que a escribir minúscula se aprende escribiendo minúscula, pero... Podemos salirnos de las fichas convencionales y aportar a esto de la rutina un poquito de magia.
Este año en clase estamos teniendo visitas especiales, de personajes que a mí particularmente me han fascinado siempre: Garfio y Peter Pan.
Peter Pan representa para mí todo eso que un adulto no debe perder nunca si no quiere caer en la desidia y en la viva imagen de la "vejez mental". Representa la chispa que todo maestro debería conservar para ser capaz de estar a la altura de quienes tiene delante: los niños.
Garfio es justo lo contrario. Garfio olvidó que una vez fue niño, odia a Peter Pan probablemente porque le recuerda todo eso que ya no es y estoy segura de que gran parte de su rabia, en el fondo, le viene de su incapacidad de ser feliz como cuando era niño.
Sin embargo, el Garfio que vino a nuestra clase fue el Garfio dulce, que nos dejó pistas sobre un cofre del tesoro y nos regaló un montón de complementos piratas y de libros, en mayúsculas y minúsculas, adaptados a los diferentes ritmos lectores de la clase.

Esta visita sorpresa, que a los ojos de muchos (adultos y maestros) puede parecer una pérdida de tiempo, nos sirvió para dar un paso más en la lectura y la escritura. Quisieron enviarle una carta a Peter Pan, a ver si con suerte también nos visitaba. Y estamos intentando leer voluntariamente los libros de Garfio.

Hoy ha venido Peter. Bueno, su sombra, porque de él ni rastro. Se ha olvidado su famoso sombrero verde, y de paso nos ha regalado el Emocionario, que es una maravilla de libro.

Y, una vez más, la magia de la motivación ha jugado su papel: han querido escribir una carta (¡Todos!) a los Niños Perdidos, amigos de Pan.
La condición: hacerlo en minúscula para ayudarles a que ellos también aprendan. Dicho y hecho. Mensaje pactado entre todos y manos a la obra.
27 cartas escritas con todo su esfuerzo y decoradas con todo su cariño han salido esta tarde rumbo a Nunca Jamás...

Si hubierais visto sus caras de emoción cuando las he metido todas en mi bolsa para tirarlas al buzón... ¡Estos momentos no están pagados! 😉

Ahora sólo queda esperar las respuestas... O que venga Peter... O que nos inviten a viajar a Nunca Jamás. O que una mañana aparezca en nuestras mesas polvo de hadas...

Enseñar no debería estar reñido con hacerles soñar.

La letra ya no entra con sangre, por suerte. Entra con mucho cariño y un poquito de magia.

Hace una semana no hubiera podido ni imaginar que, hoy, 27 cartas saldrían así de bonitas y bien escritas hacia la segunda estrella a la derecha.
Está claro que la magia no ha sido cosa mía, sino de ellos. 💖

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Los maestros también lloran

¿Puedes guardarme un secreto?

Hoy en clase me he roto un poquito.

De golpe y porrazo, y sin venir a cuento, uno de mis 27 alumnitos se ha puesto a llorar sin consuelo alguno.
A pesar de haber conseguido que se calmara un poco, seguía sin poder entender lo que le pasaba del llanto que tenía, pobre. Así que lo he cogido en brazos, lo he abrazado fuerte y, aprovechando que estaba conmigo la maestra de PT, me he salido de clase con él.
Después de un rato de abrazo de osa mayor, he conseguido que me contara por qué lloraba así. Y aunque el motivo real se ha destapado al final de la mañana... El que me ha dado en un primer momento, me ha valido de sobra para entender su disgusto. Yo creo que ha sido una mezcla de ambos dos, y que, simplemente, hoy estaba más sensible.
Estábamos pegando flores en unos árboles, y esas flores le han hecho pensar en su abuela, que "se ha muerto hace mucho tiempo".
Y ha sido ahí... En ese preciso momento, cuando yo me he roto.
Le he confesado que yo también lloro mucho cuando pienso en mi padre, a pesar de que en octubre hará ya 4 años que falleció, que no es mucho pero a mí me parece toda una vida.
Le he dicho que yo también lloro así de fuerte, y que me ahogo entre tanta lágrima, porque lo echo de menos, y porque hay muchas cosas, canciones o situaciones que me recuerdan a él. Y que lloro de repente, sin poder controlarlo, cuando me viene, esté donde esté.
Entonces, le he pedido que me soltara un poco para poder mirarme... Y ver así que mis ojos, justo en ese momento, estaban llenos de lágrimas, como los suyos.


Su llanto ha parado, y me ha abrazado aún más fuerte.😊

Es increíble como, la gran mayoría de veces, los niños son mucho más empáticos que los adultos. No sé qué hacemos con esta virtud cuando vamos cumpliendo años.

Yo hoy me he roto un poquito, junto con mi alumno, y no será ni la primera vez ni la última. Soy llorona de catálogo. Y de las que piensan que no hay que tener miedo a mostrar abiertamente los sentimientos, y más en un entorno en el que la humanidad debería gobernar cada segundo... Porque trabajamos con corazoncitos expuestos a mil estímulos, que intentan cuadrar lo que sienten con lo que deben hacer o lo que creen que se espera de ellos. Y eso es un faenón emocional de cuidado.

Parece ser que los maestros también lloramos.
De emoción, de risa, de tristeza o de impotencia.

Bueno, al menos... yo lo hago.

Pero es un secreto.😉


miércoles, 13 de septiembre de 2017

Los ingredientes secretos

Si me preguntas qué es lo que más me gusta de ser maestra... Te diré que las vacaciones.
Obviamente, es irónico. Pero era la respuesta fácil y con este tema, de vez en cuando, me sale la vena Maleficient.

Si me preguntas por qué me gusta mi trabajo... Te diré que por un millón de motivos pero, sobre todo, por uno en concreto: SER MAESTRA NO DEJA MORIR MI YO NIÑA.

Me permite dejar a un lado el lado aburrido de ser mayor y dejarme contagiar durante horas de la facilidad con la que los niños enfrentan la vida. Y eso sí es auténtico aprendizaje diario, señores, y no los líos mentales que solemos hacernos a diario los adultos, y que se cargan tantas relaciones y desperdician tantas oportunidades.

De ser maestra me gusta...

Recibirlos el primer día, con sus caras entre asustadas e ilusionadas, y confesarles que yo también estoy nerviosa y he dormido regular.
Ponerles una canción de Morat y decirles que se la dedico, cantarla a grito pelado mientras veo sus ojitos cada vez más abiertos y sus sonrisas cada vez más grandes, y que al día siguiente me pidan que ponga "su" canción. En bucle.
Decir 27 veces "Bon dia!" mientras les choco la mano, uno a uno, al final de la escalera, para que la primera cuesta del día sea menos cuesta.
Convertir una situación absurda en la excusa perfecta para intercambiar mensajes secretos con la clase vecina, a través de la ventana y cuando menos se lo esperan. Y conseguir así que todos quieran intentar leer y construir palabras, más allá de sol, sopa y pelota.
Que me cuenten sus cosas sin miedo, y sientan la libertad de preguntarme todo lo que se les pase por la cabeza sobre mí, porque si hay confianza hay naturalidad, y si hay naturalidad... Todo fluye.
Que me pidan que me pinte los labios de rojo, porque el primer día estaba "muy guapísima".
Pasar mesa por mesa para felicitarlos por su trabajo, aunque no hayan acertado ni una, aunque sepa que voy a tener que incidir en esto o aquello después, sólo por el hecho de que se esfuerzan y punto.
Bailar con ellos, y conseguir que hasta el más tímido acabe dejándose llevar y sonriendo.
Sentarme en el suelo con ellos a inventarme una historia.
Agacharme para hablarles y que sus miradas y la mía estén a la misma altura, porque si ellos no pueden subir al mundo adulto, soy yo quien ha de bajar al suyo.
Recibir sus abrazos espontáneos como un regalazo. Abrazos con restos de bocadillo o con manos de rotulador.
Decirles "no pasa nada" para tranquilizarlos cuando algo no les cuadra y se avecina río en sus ojitos. Pero decirlo de verdad, porque todo pasa y nada permanece. Y de paso lo interiorizo yo.
Que los alumnos que ya han pasado de curso, y ya no están en mi tutoría, me sorprendan con notas bonitas en el patio.
Recordarles cada día que son los mejores y que tengo mucha suerte de ser su maestra.
Insistirles en que son todos capaces de hacer lo que se propongan, cada uno a su ritmo.
Decirles lo guapas y guapos que son como son, cada uno con su altura, su tamaño, su tipo de pelo o su color de ojos.
Cantar, cantar y cantar. Con cualquier excusa.
Ponerles a Yiruma para trabajar y pedirles que se imaginen que estamos dando la clase en medio de un bosque. Un bosque muy frondoso y con un río de agua fresquita.
Decirles que se me ha hecho corta la mañana y que ellos pregunten que por qué no nos quedamos más rato.
Darles responsabilidades desde el minuto uno y confiar en su capacidad resolutiva.
Intentar que sean felices. Porque si son felices están motivados, y si están motivados... Quieren aprender.

Ser maestra me gusta por mil razones, y la lista se haría eterna. Pero sobre todo me gusta por una cosa: ME MANTIENE VIVA.

Ser maestra y tener delante a 27 personitas cada día, me recuerda que los ingredientes secretos para acabar con tanta barbaridad adulta son el RESPETO, la COMUNICACIÓN y la SINCERIDAD, y que para lograrlos sólo hace falta una pizquita de locura bien entendida, un montón de ilusión y mucha, mucha NIÑEZ.

Pero recordad, ésta es sólo mi versión de los hechos.😉

viernes, 14 de julio de 2017

Disciplina versus innovación. Y viceversa...

El mundo de la escuela lleva un par de días algo revuelto gracias a un artículo titulado: "Hay que recuperar la disciplina y la autoridad en la escuela" que podéis leer AQUÍ, si es que no lo habéis leído ya.

Y digo revuelto porque, como todo lo que se escribe sobre educación en este país y que suena extremo... Crea diversidad de opiniones. ¡Gracias al cielo! Si no, no aprenderíamos nunca qué es lo que NO queremos en nuestra manera de enseñar (y aprender).

Del artículo he decidido quedarme con tres partes, que son las que voy a rebatir.
Aunque he de decir que el texto, en general, me parece poco científico, demasiado oportunista y un poco "orina fuera de tiesto".
Y aquí va mi versión de los hechos, siempre atendiendo a mi idea de que los extremos nunca fueron buenos y que aplicar una metodología totalmente a rajatabla acaba cargándose el supuesto principio de todas ellas: LAS NECESIDADES DEL ALUMNADO.

Vamos allá...

1. "¿Cuál es el propósito de la escuela si el estudiante decide lo que quiere hacer? Estas corrientes quieren enfatizar al máximo la libertad del alumno, cuando éste lo que necesita es una enseñanza sistemática y muy estructurada, sobre todo si tenemos en cuenta los problemas de distracción de los niños. Si no se aprende en Primaria a ser ordenado y a aceptar la autoridad del maestro, es difícil que se haga más tarde. El alumno no siempre va a estar motivado para aprender. Hace falta esfuerzo."

Mi opinión: Estamos juntando churras con merinas y eso es un poco peligroso. Vamos por partes. Primero, con las "peligrosas" nuevas metodologías el estudiante no decide lo que quiere hacer, básicamente porque eso es una generalidad tan grande que chirría. Habrá ocasiones en las que tal vez sea así, y otras en las que obviamente, no. El caso es que si pensáis que esto va de anarquía, estáis errando en el concepto. El estudiante propone, la propuesta se estudia, y a partir de ahí, empecemos a hablar. El estudiante no llega a clase y, con golpe en la mesa incluido, suelta lo primero que le viene en gana. Eso es más propio... de algunos maestros. Segundo, que el alumnado se sienta libre no debería ser malo. Si me siento libre siento la confianza de ser yo mismo, de actuar sin sentir ningún tipo de presión o represión, y ese clima de tranquilidad es lo que se supone que da pie a que la atmósfera del aula sea la adecuada para aprender. La letra con sangre entra es pelín hitleriano. Pero para gustos, colores. Tercero, que se enseñe a través de proyectos, dejando a un lado los libros, en ocasiones o siempre, no quiere decir que el trabajo realizado no sea ni sistemático ni estructurado. Todo proyecto bien programado lo es y lo está, precisamente para después poder atender a la improvisación fruto del interés del alumnado, que no debemos subestimar, y que, insisto, no es anarquía y punto. Cuarto, los problemas de distracción ocurren cuando el niño no está ni motivado, ni cómodo, ni se siente libre. Si el problema va más allá, habrá que indagar un poquito para saber qué pasa y darle solución, por el bien de nuestros niños. Nada más que añadir al respecto. Quinto, ¿quién ha dicho que no se puede aprender a ser ordenado siguiendo una metodología que vaya más allá del libro y la ficha nacida a.d.C? El orden y el respeto al maestro no dependen de metodologías, dependen de la persona que se hace llamar maestro. Respeto y cercanía no están reñidos. A día de hoy, con 18 años en la espalda en este mundo de la escuela, que no son demasiados, pero son casi la mitad de mi vida, no ha llegado aún el día en que yo haya sentido que mis alumnos no me respetan, jamás. Tengo la suerte de creer en la reciprocidad. Yo los respeto desde el momento en que cruzan el umbral de la puerta. Ellos a mí también. Sexto, y último, contando con que a todos no nos gusta lo mismo, y que eso ocurre también en el aula, es labor del maestro conseguir que aprender sea algo menos pesado de la idea preconcebida que llevan; y no, no hacen falta globos de colores. ¡Ah! Y creer en el esfuerzo no está en discordia con creer en la motivación. En mis clases los resultados son sólo fruto del esfuerzo de mis alumnos. Eso sí, si se esfuerzan es porque tienen ganas de saber más, de aprender y de avanzar. Y sí, las tienen. Y sí, se esfuerzan. Y no, no hay negativos. No me hacen falta.

2. "Tener claro que el profesor organiza el trabajo del aula. Si los alumnos planifican su propio trabajo se hace muy complicado que obtengan buenos resultados y eso desmotiva al profesor, que no quiere responsabilizarse de algo que no funciona. Estas metodologías están alejando de las aulas a los profesores más competentes. Ya no se considera beneficioso que el adulto transmita sus conocimientos a los alumnos y se fomenta que los jóvenes se interesen por las materias siguiendo su propio ritmo. En un ambiente así no es posible enseñar porque no existe la confianza necesaria en la figura del profesor. Vivir en lo inmediato sin exigencias es todo lo contrario a la buena educación."

Mi opinión: Primero. El maestro puede organizar el trabajo del aula, pero también enseñar a sus alumnos a organizar su trabajo dentro del aula. De hecho, el trabajo por aprendizaje cooperativo lo demuestra, y de paso demuestra también que la autonomía genera responsabilidad y, además, les da estrategias de aprendizaje, a nivel grupal e individual. Y sí, está demostrado. Y de hecho los resultados son buenos, mucho. No seré yo quien diga si mejores o peores que cuando es el maestro el único que organiza y lidera, pero desde luego que,al menos, son tan buenos como cuando esto ocurre. Trabajar con iguales que te aportan lo que a ti te falta y que necesitan en lo que tú destacas, refuerza conocimientos y mejora la seguridad en ellos mismos, además de crear espíritu de equipo, eliminar el miedo al error y el pánico a la crítica. Por otra parte, si el hecho de que un alumno no aprenda desmotiva al maestro... Ese maestro se ha equivocado de vocación. Segundo, que las nuevas metodologías alejan a los maestros más competentes de las aulas... Está bastante unido a lo que he dicho tres líneas arriba. Eso por una parte. Por la otra... Defíname competente, señora Enkvist. Porque ser competente no es sinónimo de ser tradicional. Porque según la RAE, una persona competente es aquella que tiene capacidad y preparación para el desarrollo de una actividad. Y digo yo que si tienes capacidad y estás preparado, independientemente de la metodología con la que trabajes, eres competente. Por tanto, quizás, los que se alejan de las aulas no es que sean los más competentes, sino los que están más cansados o han perdido capacidades... Tercero. ¿Qué nueva metodología dice que ya no es beneficioso que el adulto transmita sus conocimientos? O me he perdido algo o seguimos orinando fuera de tiesto. Al alumnado le encanta aprender cuando al maestro le encanta contar. Escuchar a los alumnos es bueno, porque te hace ver de dónde parten y hasta dónde puedes hacerlos llegar. Hacerte escuchar y que quieran escucharte sólo depende de ti y tu capacidad de transmisión. ¡Anda! ¿Esto no era eso de ser competente? Cuarto. Que cada alumno aprenda según su propio ritmo es algo tan simple, tan simple, como el RESPETO. No son figuritas de porcelana que ni sienten ni padecen, ni relojes perfectamente sincronizados. Son personas. Son diversidad en estado puro. Son riqueza. Y merecen el mismo respeto que nosotros, y si eso implica que adaptemos nuestras maneras de enseñar al ritmo de cada uno de ellos, quiere decir que hemos entendido de qué va todo esto de ser maestro. Quinto. Cuando el alumno se siente respetado y escuchado, confía, se abre, interactúa, respeta, escucha y quiere aprender. Y la figura del maestro es, eso, la figura del maestro, ni con más ni con menos, que ya es mucho. Sexto, y último, vivir con la improvisación en la esquina de la clase, a punto de botar en cualquier momento y romperte tu "clase perfecta", no es sinónimo de vivir sin exigencias. La primera norma básica de vida en la escuela debería ser el respeto, pero empezando por los maestros, a los que se nos llena la boca con ella y damos pena resolviendo diferencias en la sala de profesores. Yo exijo respeto desde el primer minuto. Porque los respeto desde el primer minuto. Y por respeto precisamente a quienes quieren trabajar, saber, participar, aportar, investigar o compartir, todos sin excepciones trabajamos, participamos, aportamos, investigamos y compartimos. Si hay respeto, hay educación, y lo demás viene adjunto y de manera natural.

3. "Esa es la visión de alguien que no sabe cómo funciona el mundo de los niños. En la vida adulta, todos tenemos fechas tope, momentos de entregar un texto y esto se aprende en la escuela. Con los exámenes el niño aprende a responsabilizarse y entiende que no presentarse a una prueba tiene consecuencias; no lo repetirán para él. Si no cumplimos con nuestras obligaciones en la vida adulta, pronto nos veremos descartados de los ambientes profesionales. Los exámenes ayudan a desarrollar hábitos sistemáticos de trabajo."

Mi opinión: Sobre los exámenes... Sólo diré que no hace falta que un niño tenga un examen para que aprenda lo que es una fecha tope o un momento de entregar lo que sea. Volvemos a la palabra mágica: respeto. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Hay mil maneras de evaluar más allá del examen "tipo", y todas ellas suelen tener fecha de comienzo y de fin. Los alumnos aprenden a ser responsables de muchísimas maneras, es más, no sólo deberían hacerlo mediante los exámenes, ya que si examen es igual a nota numérica, el nivel de implicación en cuanto a responsabilidad es igual a "lo hago porque si no suspendo", no porque realmente quiera, me importe o sepa que es beneficioso para mí, mis compañeros, mi futuro y mis conocimientos. Los exámenes no son los únicos que llevan a desarrollar hábitos de trabajo, gracias al cielo, también hay otras maneras en el día a día, más allá de la cuantificación de los conocimientos de los alumnos, que ayudan a crear hábito en este proceso tan comentado de enseñanza-aprendizaje. Y muchas de ellas están, mira tú por dónde, incluidas en esas nuevas metodologías tan horrendas que pretenden desviarnos a todos del camino para hacernos arder en la hoguera de las vanidades.
Disculpad. Esto del final es un error. Quitad "vanidades", que aquí no casa bien, y reservadlo para cuando hablemos de nobleza, bondad, empatía, humildad, respeto y todas esos valores que los adultos que trabajamos con niños nos dejamos de exposición en la mesa de clase de buena mañana, pero que olvidamos poner en práctica, nada más cruzamos la puerta, y nos encontramos con nuestros iguales.
Pero esto ya será en otro post.

Me despido con un deseo y una pregunta.

Deseo que este artículo, el de Inger Enkvist, sólo haya sido una broma del encargado o encargada de su traducción, y que en dos días salga a la luz el texto real, acompañado de la imagen del mítico "inocente, inocente" y de la propia Enkvist partiéndose de risa en modo "gif".

Y pregunto... ¿Dónde dice qué está escondida la conexión entre falta de disciplina y nuevas metodologías?
Es que yo, en mis clases, aún no la he encontrado. 😉

jueves, 18 de mayo de 2017

Diversidad es riqueza. Actualicémonos.

Nos han enseñado, o nos han hecho creer, a lo largo de muchísimo tiempo, tanto siendo alumnos como luego siendo maestros, que la diversidad es un obstáculo a la hora de enseñar y, por tanto, a la hora de aprender.

Recuerdo que hace unos años, cuando cogí una tutoría de primero de primaria y dejé aparcada un poquito la especialidad de inglés, unas cuantas mamás, después de haber leído la distribución de alumnos en las listas de las clases, me buscaron para decirme que creían que mi clase era demasiado cañera. Mi respuesta fue clara: que si la clase era cañera, yo lo era más, que estuvieran tranquilas. Y os confieso que su comentario no me sentó bien.
Recuerdo que en la primera reunión que tuve con los papás de esa tutoría, la de inicio de curso, les dije que entendía que cuando habían manifestado ese miedo y esa inquietud porque la clase era demasiado cañera, lo hacían pensando en si sus hijos iban a sacar mejores o peores notas en función de los compañeros que les habían tocado en suerte. Les conté que mi punto de vista era diferente, y que pensaba que estaban cometiendo un error al sentar esos prejuicios sin ni siquiera haber empezado el curso, ya que la vida real, la calle, la sociedad y el mundo que a sus hijos les ha tocado vivir, están llenos de diversidad, están llenos de gente diferente, con sus mil circunstancias, y que cada una de esas personas que nos vamos cruzando en nuestra vida nos aportan, de una manera u otra, conocimientos, sabiduría, experiencias y, además, colaboran en nuestro crecimiento personal. Porque la diversidad es realidad y la realidad es aprendizaje. A diario.
Así que, como maestra tutora ese año me propuse demostrar que una clase no es mejor que otra según si sus alumnos se suponen mejores  o peores, comportamental o académicamente, sino que todo depende de la fe y la confianza que tengas en tus alumnos. Yo creí en mis alumnos desde el principio, creí en sus posibilidades y en que, precisamente, esa diferencia de ritmos que había en la clase, a la que yo llamaba cariñosamente "la clase de los 1000 ritmos", iba a hacer que fuera un curso perfecto para aprender muchísimas cosas más allá de los contenidos exclusivamente curriculares. Y así fue.

Me considero una persona a la que le van los retos, y tal vez por eso me gusta trabajar acorde a lo que necesita cada alumno y, a su vez, cada clase. Y de un curso al siguiente modifico mi manera de preparar las clases porque, ni yo soy la misma, ni mis alumnos tampoco.
Soy de las que piensa que igual que cada uno de nosotros, los adultos, afrontamos la vida de una manera, nos enfrentamos a nuestra vida laboral de una forma determinada y elegimos caminos profesionales diferentes, los niños, nuestros alumnos, también tienen ese mismo derecho a diferenciarse, ya que ni tienen las mismas inquietudes, ni les motiva lo mismo, ni sus intereses son siempre los mismos que los del compañero de al lado.
Cuando hablamos de diversidad, cuando hablamos de que una clase no es homogénea, o incluso que es demasiado heterogénea, que en ella hay muchos niños de diferentes ritmos, normalmente lo hacemos con un sentido más bien peyorativo.

Y la historia es que el problema base se encuentra en nuestro currículum; un currículum que está anquilosado en la antigüedad, que sigue diferenciando por materias, restando importancia a las que son tan necesarias o más que las demás, como la música, y que sentarían una base realmente buena para dar salida a la creatividad. Un currículum que sigue exigiendo maneras de enseñar, de aprender y de evaluar que no se adaptan a la realidad en la que vivimos. Un currículum que olvida la inteligencia emocional y la educación en valores, pero de verdad, no de frasecita de oposición, y que habla de competencias, pero el planteamiento que hace y lo que exige a nivel burocrático y de papeleo no da para que nos salgamos de ese margen.
Tenemos un sistema educativo de risa, en el que el profesor y el maestro, muchas veces, se convierten en un administrativo más que tiene que emplear muchas horas en rellenar papeles que luego nadie se lee. Mucha teoría y poca práctica. Un sistema en el que los maestros no pueden emplear ese tiempo en formarse en todas las metodologías que están despuntando, y que están pidiendo un cambio a gritos, gracias al cielo.
Hoy en día, nuestros alumnos están rodeados de información, es más, están híper estimulados, híper informados y quizás nuestra tarea, más que hacerles memorizar contenidos sin ningún tipo de sentido para ellos, debería ser encaminarlos a que tengan un verdadero pensamiento crítico, a que sepan usar todos los recursos informáticos que tienen a su alcance, para evitar así, entre otras cosas, el ciberacoso, y que aprendan desde pequeños a hacer un uso responsable de la tecnología.
Tal vez el currículum ideal sería aquel que combinara el aprendizaje de las materias, que no tiene por qué dejarse de lado, junto con el trabajo de la educación emocional y la coeducación. Está comprobado que aprender desde la emoción es más efectivo. Y creo que, además, todo aquel maestro que conecta emocionalmente con sus alumnos, de una manera u otra, también vive en primera persona el hecho de que, cuando un alumno se emociona, aprende más fácil, porque está conectando un contenido concreto con una emoción. Ahí su aprendizaje se produce de manera natural.
A cada alumno le motiva una cosa, le interesa un aspecto y le llama la atención una actividad diferente a la de su compañero. Igual que los adultos no trabajamos todos en lo mismo, porque entonces habría muchas carencias a nivel social, los niños tampoco tienen todos los mismos intereses​. Cada alumno se interesa en clase por aquello que le despierta curiosidad o alguna emoción, y es por eso que lo ideal sería partir de la educación desde el asombro, desde el aprendizaje centrado en sus intereses y en sus maneras de enfrentarse a la vida.

Los niños empiezan la escuela primaria, incluso la infantil, con un montón de expectativas. Cuando un niño llega a primero de primaria, lo hace con su mochila "de mayor", tiene que subir escaleras en muchas ocasiones porque ya ha cambiado al piso de los mayores, lleva su propio estuche con todo por estrenar y lleno de colores súper chulos, y también lo hace con un montón de ilusiones metidas en la mochila, junto con todos esos libros que le pesan un quintal, y que muere de ilusión por abrir.
Igual que nosotros ante una nueva etapa laboral nos creamos expectativas, nos hacemos ilusiones y proyectamos en futuro, los niños también lo hacen.
Ellos imaginan su primer día de una manera determinada, pero cuando acaba ese día puede ser que nada de lo que habían soñado haya ocurrido. Y, aunque suene triste, eso se repite día a día. Y entonces es cuando el alumno acaba la primaria tan desmotivado y con tan pocas ganas de seguir estudiando, que pasa al instituto por inercia, no porque tenga ilusión de seguir aprendiendo.

La labor de los maestros debería ser conseguir que, todos y cada uno de los alumnos que pasan por nuestra clase, se fueran más motivados aún de lo que empezaron el curso con nosotros, que continuaran su camino hacia el curso siguiente con muchísimas más ganas de saber, con más ganas de aprender, con muchísima más curiosidad, con más inquietudes, y con la libertad suficiente y la confianza necesaria como para seguir queriendo investigar por su cuenta. Y todo esto hoy en día sigue fallando.
Cuando nos centramos en acabar las páginas de un libro, cuando nos centramos en reforzar el conocimiento sólo a base de fichas y más fichas machaconas, y pensamos que por el hecho de que las coloreen estamos haciendo la asignatura motivadora​; cuando les mandamos faena para casa que es exactamente igual que la que han hecho en el colegio, mismo formato, mismas indicaciones, lo único que estamos provocando en el alumno es aburrimiento y hastío. Estamos consiguiendo una falta de interés cada vez mayor.

A mi modo de ver, el aprendizaje memorístico hoy en día no tiene ningún sentido. No sé siquiera si lo tuvo cuando nosotros éramos pequeños y aprendíamos definiciones y listas sin más fin que el de volcarlas en un examen.

Preguntadme geografía. Soy pez. Porque memoricé sin ningún tipo de sentido, porque me aburría enormemente en las clases. Aprobé con buenas notas, pero sin disfrutarla ni un poquito. Y sin embargo, ahora que soy yo quien la enseña, he aprendido a quererla, sin memorizarla. A vivirla y entenderla.

Creo que lo importante hoy en día es ayudarles a saber manejar todos los medios que tienen a su alcance, y también la información, a hacerles ver que aprender sobre el mundo en que vivimos es simplemente maravilloso.
Muchas veces son las propias familias las que tienen miedo a que su hijo no sepa la lección y no la sepa desarrollar en el examen, porque no ha llevado el libro a casa para memorizar. Y yo insisto en que el aprendizaje es muchísimo más significativo y más real cuando se entiende y se razona que cuando se aprende a golpe de repetición.
No sirve de nada que un niño sepa definir lo que es un río cuando no entiende la mitad de las palabras de la definición. Si, por el contrario, le ponemos ejemplos gráficos, le hacemos aprender más allá del dibujo del libro y lo sacamos fuera del aula, le ponemos vídeos, hacemos que sea él quien investigue... ese aprendizaje es tan significativo y tan real que se queda grabado en su mente de una manera totalmente natural porque está motivado.

Si en vez de hacer aprender al dedillo, si en vez de centrar nuestra enseñanza sólo en los libros de texto, los cuadernos y las fichas que los complementan, abriéramos un poquito más los ojos, miráramos hacia adelante y quisiéramos entender qué hay en la cabeza de cada uno de nuestros alumnos, sería muchísimo más fácil enseñarles y hacerles llegar a eso que queremos que lleguen. No podemos olvidar que ni todos los niños tienen las mismas capacidades, ni los mismos intereses ni las mismas aficiones.
Si de verdad, y no de teoría de oposición, partiéramos de sus intereses y de sus maneras de aprender, llegaríamos a todos, y todos serían capaces en mayor o menor medida de llegar a los contenidos programados, de asimilarlos a su manera y de pasar al siguiente curso preparados. Y cuando hablo de preparados no me refiero a con todas las tablas de multiplicar aprendidas de memoria y con 250.000.000 de definiciones de sujeto, predicado y relieves varios, me refiero a preparados para todo lo que se les ponga por delante, ya sea contenido académico, ya sea desarrollo personal.

Y es que, verdaderamente, creo que el aprendizaje en la escuela va más allá de un libro y va más allá de una suma llevando, es convivencia pura y es la sociedad, y son unos valores. Y todo eso se trabaja en el día a día de la clase, no sólo volcando en la pizarra las restas que han hecho en el cuaderno.
Un alumno está realmente preparado para pasar al curso siguiente cuando tiene la ilusión suficiente como para querer pasar y querer seguir aprendiendo, y mi experiencia me dice que todos los alumnos son capaces de aprender, de una manera u otra.
El fallo está en la base, y en que la manera que tenemos de evaluar sigue siendo la manera tradicional de antaño. Aunque queramos cambiar la metodología, aunque nos formemos en nuevas corrientes y hagamos cosas diferentes, a la hora de la verdad seguimos evaluando a la manera antigua,  y no tiene ningún sentido hacerlos pasar por pruebas que, al final, les llevan en su gran mayoría a memorizar.

Da mucha risa, por ejemplo, cuando lees la ley y ves que se te exige un plan de atención a la diversidad, pero siempre contando con que la diversidad se basa en aquellos alumnos que necesitan compensatoria o necesidades educativas. Y eso es un error enorme. La diversidad está en cualquier aula. Por pocos alumnos que tenga ese aula, ya es diversa pues cada alumno aprende de una manera diferente. Si el currículum se hiciera pensando en que los alumnos atienden según sus intereses, cambiaría todo.
Podría decirse que hoy por hoy atendemos a la macro diversidad, a groso modo, pero sin embargo las pequeñas particularidades de cada niño, que son enriquecimiento puro, nos las perdemos. 
Si nosotros no somos capaces de hacer que esa diversidad se convierta en riqueza, y la verbalizamos como un obstáculo, y nuestras clases están dirigidas a aquellos alumnos que entran dentro de nuestro esquema mental de "normalidad" siguiendo la creencia de que la homogeneidad es lo normal.. Nunca jamás avanzaremos.

Es quizás por eso que me he prometido a mí misma que no volveré​ a trabajar de la manera tradicional basada en la individualidad, ya que el aprendizaje cooperativo es una de las cosas más bonitas que me ha pasado. El trabajo cooperativo da la oportunidad, de verdad, a todos y cada uno de los alumnos de la clase de demostrar cuáles son sus verdaderas capacidades, y todos aprenden en gran parte gracias a que se ven capaces de enseñar a los demás.
La idea preconcebida de que van a copiarse por estar juntos, de que van a hablar más de la cuenta, de que molestan porque la clase nunca está en silencio, de que después no sabrán trabajar solos... es falsa. Con el trabajo en equipo y por roles aumenta su seguridad, su crecimiento personal es mayor y su confianza también; y después de eso, el éxito individual es automático.

Nos queda mucho por hacer. Mucho por demostrar y mucho por cambiar.
Pero cada vez somos más los que tenemos ganas de una educación diferente, adaptada al hoy, más humana y emocionante y, en definitiva, más rica.

La DIVERSIDAD es RIQUEZA. ACTUALICÉMONOS.

domingo, 30 de abril de 2017

¿Te atreves?

Eso es.
Detecto a partes iguales ilusión y miedo ante un cambio en el sistema educativo.
La ilusión es fácil de detectar porque se ve en el brillo de la mirada.
Cuando conectas con alguien con quien compartes manera de pensar, hay una chispa que se enciende sola. Y ese momento es emocionante. Llamadme moñas, pero para mí lo es. Encontrar a una persona en tu entorno profesional con tus mismas ilusiones, con las mismas ganas de atreverse a cambiar lo establecido, con el sueño de romper con las metodologías anquilosadas, sin ansias de ningún tipo ni más ambición que la de hacer las cosas bien para seguir creciendo personalmente... Es un regalo.
Pero igual que se detecta la ilusión, se ve venir de lejos el miedo. Y si no el miedo, aun peor, la comodidad, el amor por lo rutinario, la soberbia del no querer probar algo nuevo porque "esto me lleva funcionando así toda la vida y seguro que es mejor que las moderneces que nos quieren vender".
Si la humanidad siempre hubiera tenido ese pensamiento de no probar o no intentar por miedo a lo desconocido, seguiríamos viviendo en cuevas y comiendo carne y bayas crudas por no tener fuego con que cocinarlas, las mujeres no llevaríamos pantalones pero sí corsé (y no sólo de tela), y la gente de bonita piel color chocolate seguiría sirviendo a los de piel de color más claro porque en algún momento de la historia nos creímos superiores.
En educación pasa como en la vida. Porque la educación es vida, es base, es cambio, es movimiento. Si me quedo quieto mientras el mundo gira, las sinergias acaban chocando, yo contra el mundo, y el choque resulta en fracaso.
Innovar no es ofender, como lo de preguntar. Innovar es progresar. Innovar es caerse porque no funciona, reconocerlo, levantarse del batacazo y seguir dándole vueltas hasta que sale. Innovar es aceptar que se puede enseñar desde el asombro, que los niños tienen mucho que aportarnos a nosotros sin que eso signifique que los límites no existan. Que llegados a este punto, hay quien se marea y te imagina en clase, disfrazado de Fraggle Rock y permitiendo que cada uno haga lo que le salga de la oreja, mientras tú animas y sonríes mientras pintas una pancarta que dice "Viva la anarquía".
Pues no. Innovar es aceptar que se aprende más y mejor cuando hay ilusión de por medio, cuando los negativos no caben en la clase porque aprender desde la amenaza es aprender para olvidar, cuando se da voz al pensamiento y la emoción de un pequeño porque aprender desde ese lado les hace conectar de verdad y aprender de corazón, que no de memoria. Innovar es conseguir que quieran saberse las tablas de multiplicar, porque es divertido poder calcular cuántas galletas hay en la despensa de casa, porque sé multiplicar cajas por galletas y no he de contar una a una, o saber cuántos globos de cada color hay en una fiesta de cumpleaños y cuántos quedarán cuando explotemos algunos. Innovar es lograr que sepan identificar elementos del paisaje de interior y de costa, no porque aprendan las definiciones como loros, sino porque van de excursión y lo ven in situ, porque la excursión la haces tú y les muestras vídeos donde les explicas, porque de manera voluntaria hacen maquetas que sus compañeros pueden tocar y con las que perciben esos elementos del paisaje en tres dimensiones.
INNOVAR ES ACEPTAR QUE NUESTROS HIJOS Y ALUMNOS ESTÁN PREPARADOS PARA SEGUIR APRENDIENDO AUNQUE NO HAGAN UN CARRO DE DEBERES CADA DÍA.
INNOVAR ES ACEPTAR QUE NUESTROS HIJOS Y ALUMNOS ALCANZARÁN LOS OBJETIVOS DEL NUEVO CURSO SI SE RESPETAN SUS RITMOS Y LA HETEROGENEIDAD SE VE COMO UN ASPECTO POSITIVO Y NO COMO UNA AMENAZA.
Innovar es estar a su lado y entender que, si no creemos en ellos y en sus capacidades de manera sincera, sin que eso signifique que tengan que sacar determinada nota, no llegarán al máximo de sus posibilidades. Que por cierto... son diferentes en cada niño y niña, como diferentes son sus huellas dactilares, sus sueños y sus circunstancias.

INNOVAR ES... VIVIR CON ILUSIÓN, A PESAR DEL MIEDO. 

¿Te atreves?😉

Noni Medina Ibáñez.
Maestra de inglés y primaria.

domingo, 26 de marzo de 2017

Todos los alumnos son capaces de cosas increíbles

Un alumno motivado es capaz de hacer cosas increíbles. 
Un alumno al que se le respeta su ritmo madurativo y de aprendizaje, mientras que se le da alas para volar sobre el "paisaje" que más le gusta, es capaz de hacer cosas increíbles.
Un alumno en el que se cree y que siente que su maestro confía en sus posibilidades, sin compararlo con el resto de compañeros, es capaz de cosas increíbles.
Un alumno que se siente respetado, y escuchado, es capaz de cosas increíbles.
Un alumno que se da cuenta de que aprender no es memorizar sino descubrir y poder investigar, es capaz de cosas increíbles.
Un alumno que retiene información porque la entiende y sabe para qué sirve lo que aprende, y no porque la memoriza sin más, es capaz de cosas increíbles.
Un alumno que va feliz a la escuela porque se siente seguro y apoyado en clase, es capaz de cosas increíbles.
Un alumno que aprende que las individualidades aportan mucho menos que la cooperación y el aprendizaje en equipo es capaz de cosas increíbles.
Un alumno al que cada nuevo contenido se le plantea como un reto lleno de posibilidades divertidas, es capaz de cosas increíbles.

Porque un alumno que vive el aprendizaje como un mundo lleno de posibilidades y de información significativa, que se siente respetado, tenido en cuenta, consultado y escuchado, será una personita que querrá saber más, investigar, aportar, nutrirse y nutrir a sus iguales, crear, superarse y, en definitiva, disfrutar con lo que hace en clase extrapolándolo de manera voluntaria y libre a su hogar.
Cuando creemos en nuestros alumnos y les damos la libertad de volar y extender sus alas al ritmo que necesitan, cuando les hacemos saber que nos sorprenden, nos enseñan y nos aportan tanto o más de lo que nosotros podemos sorprenderles, enseñarles o aportarles... Sucede la magia de la MOTIVACIÓN. Que es la clave de todo, y que hace que ocurran... ¡COSAS INCREÍBLES!

Yo soy una de esas maestras afortunadas a las que sus alumnos no dejan de sorprender a diario. Una de esas maestras a las que les faltan horas para poder disfrutar de todas las aportaciones que sus alumnos hacen porque sí, porque quieren aprender y porque son felices superándose a sí mismos y compartiendo lo que descubren y hacen.
Soy de esas maestras que tienen el mal vicio de creer en todos y cada uno de sus alumnos y pensar que sus diferencias son enriquecedoras, no trabas o piedras en el camino. Soy de las que creen en la magia de la motivación como base de cualquier aprendizaje.

Y para muestra de lo que la motivación es capaz de lograr en alumnos de segundo de primaria... Un botón. 
(O mejor, unos cuantos). 😉













Noni Medina Ibáñez. English Teacher.