viernes, 14 de julio de 2017

Disciplina versus innovación. Y viceversa...

El mundo de la escuela lleva un par de días algo revuelto gracias a un artículo titulado: "Hay que recuperar la disciplina y la autoridad en la escuela" que podéis leer AQUÍ, si es que no lo habéis leído ya.

Y digo revuelto porque, como todo lo que se escribe sobre educación en este país y que suena extremo... Crea diversidad de opiniones. ¡Gracias al cielo! Si no, no aprenderíamos nunca qué es lo que NO queremos en nuestra manera de enseñar (y aprender).

Del artículo he decidido quedarme con tres partes, que son las que voy a rebatir.
Aunque he de decir que el texto, en general, me parece poco científico, demasiado oportunista y un poco "orina fuera de tiesto".
Y aquí va mi versión de los hechos, siempre atendiendo a mi idea de que los extremos nunca fueron buenos y que aplicar una metodología totalmente a rajatabla acaba cargándose el supuesto principio de todas ellas: LAS NECESIDADES DEL ALUMNADO.

Vamos allá...

1. "¿Cuál es el propósito de la escuela si el estudiante decide lo que quiere hacer? Estas corrientes quieren enfatizar al máximo la libertad del alumno, cuando éste lo que necesita es una enseñanza sistemática y muy estructurada, sobre todo si tenemos en cuenta los problemas de distracción de los niños. Si no se aprende en Primaria a ser ordenado y a aceptar la autoridad del maestro, es difícil que se haga más tarde. El alumno no siempre va a estar motivado para aprender. Hace falta esfuerzo."

Mi opinión: Estamos juntando churras con merinas y eso es un poco peligroso. Vamos por partes. Primero, con las "peligrosas" nuevas metodologías el estudiante no decide lo que quiere hacer, básicamente porque eso es una generalidad tan grande que chirría. Habrá ocasiones en las que tal vez sea así, y otras en las que obviamente, no. El caso es que si pensáis que esto va de anarquía, estáis errando en el concepto. El estudiante propone, la propuesta se estudia, y a partir de ahí, empecemos a hablar. El estudiante no llega a clase y, con golpe en la mesa incluido, suelta lo primero que le viene en gana. Eso es más propio... de algunos maestros. Segundo, que el alumnado se sienta libre no debería ser malo. Si me siento libre siento la confianza de ser yo mismo, de actuar sin sentir ningún tipo de presión o represión, y ese clima de tranquilidad es lo que se supone que da pie a que la atmósfera del aula sea la adecuada para aprender. La letra con sangre entra es pelín hitleriano. Pero para gustos, colores. Tercero, que se enseñe a través de proyectos, dejando a un lado los libros, en ocasiones o siempre, no quiere decir que el trabajo realizado no sea ni sistemático ni estructurado. Todo proyecto bien programado lo es y lo está, precisamente para después poder atender a la improvisación fruto del interés del alumnado, que no debemos subestimar, y que, insisto, no es anarquía y punto. Cuarto, los problemas de distracción ocurren cuando el niño no está ni motivado, ni cómodo, ni se siente libre. Si el problema va más allá, habrá que indagar un poquito para saber qué pasa y darle solución, por el bien de nuestros niños. Nada más que añadir al respecto. Quinto, ¿quién ha dicho que no se puede aprender a ser ordenado siguiendo una metodología que vaya más allá del libro y la ficha nacida a.d.C? El orden y el respeto al maestro no dependen de metodologías, dependen de la persona que se hace llamar maestro. Respeto y cercanía no están reñidos. A día de hoy, con 18 años en la espalda en este mundo de la escuela, que no son demasiados, pero son casi la mitad de mi vida, no ha llegado aún el día en que yo haya sentido que mis alumnos no me respetan, jamás. Tengo la suerte de creer en la reciprocidad. Yo los respeto desde el momento en que cruzan el umbral de la puerta. Ellos a mí también. Sexto, y último, contando con que a todos no nos gusta lo mismo, y que eso ocurre también en el aula, es labor del maestro conseguir que aprender sea algo menos pesado de la idea preconcebida que llevan; y no, no hacen falta globos de colores. ¡Ah! Y creer en el esfuerzo no está en discordia con creer en la motivación. En mis clases los resultados son sólo fruto del esfuerzo de mis alumnos. Eso sí, si se esfuerzan es porque tienen ganas de saber más, de aprender y de avanzar. Y sí, las tienen. Y sí, se esfuerzan. Y no, no hay negativos. No me hacen falta.

2. "Tener claro que el profesor organiza el trabajo del aula. Si los alumnos planifican su propio trabajo se hace muy complicado que obtengan buenos resultados y eso desmotiva al profesor, que no quiere responsabilizarse de algo que no funciona. Estas metodologías están alejando de las aulas a los profesores más competentes. Ya no se considera beneficioso que el adulto transmita sus conocimientos a los alumnos y se fomenta que los jóvenes se interesen por las materias siguiendo su propio ritmo. En un ambiente así no es posible enseñar porque no existe la confianza necesaria en la figura del profesor. Vivir en lo inmediato sin exigencias es todo lo contrario a la buena educación."

Mi opinión: Primero. El maestro puede organizar el trabajo del aula, pero también enseñar a sus alumnos a organizar su trabajo dentro del aula. De hecho, el trabajo por aprendizaje cooperativo lo demuestra, y de paso demuestra también que la autonomía genera responsabilidad y, además, les da estrategias de aprendizaje, a nivel grupal e individual. Y sí, está demostrado. Y de hecho los resultados son buenos, mucho. No seré yo quien diga si mejores o peores que cuando es el maestro el único que organiza y lidera, pero desde luego que,al menos, son tan buenos como cuando esto ocurre. Trabajar con iguales que te aportan lo que a ti te falta y que necesitan en lo que tú destacas, refuerza conocimientos y mejora la seguridad en ellos mismos, además de crear espíritu de equipo, eliminar el miedo al error y el pánico a la crítica. Por otra parte, si el hecho de que un alumno no aprenda desmotiva al maestro... Ese maestro se ha equivocado de vocación. Segundo, que las nuevas metodologías alejan a los maestros más competentes de las aulas... Está bastante unido a lo que he dicho tres líneas arriba. Eso por una parte. Por la otra... Defíname competente, señora Enkvist. Porque ser competente no es sinónimo de ser tradicional. Porque según la RAE, una persona competente es aquella que tiene capacidad y preparación para el desarrollo de una actividad. Y digo yo que si tienes capacidad y estás preparado, independientemente de la metodología con la que trabajes, eres competente. Por tanto, quizás, los que se alejan de las aulas no es que sean los más competentes, sino los que están más cansados o han perdido capacidades... Tercero. ¿Qué nueva metodología dice que ya no es beneficioso que el adulto transmita sus conocimientos? O me he perdido algo o seguimos orinando fuera de tiesto. Al alumnado le encanta aprender cuando al maestro le encanta contar. Escuchar a los alumnos es bueno, porque te hace ver de dónde parten y hasta dónde puedes hacerlos llegar. Hacerte escuchar y que quieran escucharte sólo depende de ti y tu capacidad de transmisión. ¡Anda! ¿Esto no era eso de ser competente? Cuarto. Que cada alumno aprenda según su propio ritmo es algo tan simple, tan simple, como el RESPETO. No son figuritas de porcelana que ni sienten ni padecen, ni relojes perfectamente sincronizados. Son personas. Son diversidad en estado puro. Son riqueza. Y merecen el mismo respeto que nosotros, y si eso implica que adaptemos nuestras maneras de enseñar al ritmo de cada uno de ellos, quiere decir que hemos entendido de qué va todo esto de ser maestro. Quinto. Cuando el alumno se siente respetado y escuchado, confía, se abre, interactúa, respeta, escucha y quiere aprender. Y la figura del maestro es, eso, la figura del maestro, ni con más ni con menos, que ya es mucho. Sexto, y último, vivir con la improvisación en la esquina de la clase, a punto de botar en cualquier momento y romperte tu "clase perfecta", no es sinónimo de vivir sin exigencias. La primera norma básica de vida en la escuela debería ser el respeto, pero empezando por los maestros, a los que se nos llena la boca con ella y damos pena resolviendo diferencias en la sala de profesores. Yo exijo respeto desde el primer minuto. Porque los respeto desde el primer minuto. Y por respeto precisamente a quienes quieren trabajar, saber, participar, aportar, investigar o compartir, todos sin excepciones trabajamos, participamos, aportamos, investigamos y compartimos. Si hay respeto, hay educación, y lo demás viene adjunto y de manera natural.

3. "Esa es la visión de alguien que no sabe cómo funciona el mundo de los niños. En la vida adulta, todos tenemos fechas tope, momentos de entregar un texto y esto se aprende en la escuela. Con los exámenes el niño aprende a responsabilizarse y entiende que no presentarse a una prueba tiene consecuencias; no lo repetirán para él. Si no cumplimos con nuestras obligaciones en la vida adulta, pronto nos veremos descartados de los ambientes profesionales. Los exámenes ayudan a desarrollar hábitos sistemáticos de trabajo."

Mi opinión: Sobre los exámenes... Sólo diré que no hace falta que un niño tenga un examen para que aprenda lo que es una fecha tope o un momento de entregar lo que sea. Volvemos a la palabra mágica: respeto. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Hay mil maneras de evaluar más allá del examen "tipo", y todas ellas suelen tener fecha de comienzo y de fin. Los alumnos aprenden a ser responsables de muchísimas maneras, es más, no sólo deberían hacerlo mediante los exámenes, ya que si examen es igual a nota numérica, el nivel de implicación en cuanto a responsabilidad es igual a "lo hago porque si no suspendo", no porque realmente quiera, me importe o sepa que es beneficioso para mí, mis compañeros, mi futuro y mis conocimientos. Los exámenes no son los únicos que llevan a desarrollar hábitos de trabajo, gracias al cielo, también hay otras maneras en el día a día, más allá de la cuantificación de los conocimientos de los alumnos, que ayudan a crear hábito en este proceso tan comentado de enseñanza-aprendizaje. Y muchas de ellas están, mira tú por dónde, incluidas en esas nuevas metodologías tan horrendas que pretenden desviarnos a todos del camino para hacernos arder en la hoguera de las vanidades.
Disculpad. Esto del final es un error. Quitad "vanidades", que aquí no casa bien, y reservadlo para cuando hablemos de nobleza, bondad, empatía, humildad, respeto y todas esos valores que los adultos que trabajamos con niños nos dejamos de exposición en la mesa de clase de buena mañana, pero que olvidamos poner en práctica, nada más cruzamos la puerta, y nos encontramos con nuestros iguales.
Pero esto ya será en otro post.

Me despido con un deseo y una pregunta.

Deseo que este artículo, el de Inger Enkvist, sólo haya sido una broma del encargado o encargada de su traducción, y que en dos días salga a la luz el texto real, acompañado de la imagen del mítico "inocente, inocente" y de la propia Enkvist partiéndose de risa en modo "gif".

Y pregunto... ¿Dónde dice qué está escondida la conexión entre falta de disciplina y nuevas metodologías?
Es que yo, en mis clases, aún no la he encontrado. 😉