viernes, 23 de noviembre de 2018

AMABLE se escribe con H

La letra con sangre entra.
Y con gritos.
Y con amenazas.
Y con castigos. Y con trabajos rotos.
Y con puntos rojos y verdes.
Y con "porque lo digo yo y punto".
Y sin patios.

Sí, después de mucho tiempo defendiendo lo contrario, lo admito, entrar entra. Aunque yo no crea en ello. Aunque no sea fan de esa "violencia" oculta... He de reconocer que funcionar, funciona.
Pero... ¿Es necesario?
¿Es necesario que esas personitas que pasan más horas con sus docentes que con sus familias aprendan porque simplemente "es tu obligación"?
¿No podemos hacer que aprendan porque aprender es maravilloso?
¿No podemos hacer su etapa escolar algo más amable?

Confieso que es muchísimo más cómodo seguir la inercia de un libro. Página tras página, ficha tras ficha.
Confieso que los "Porque sí / Lo decido yo / Eso es una tontería" facilitan muchísimo el día a día en un aula con 27 personitas de 5-6-7 años.
Confieso que sería mucho más fácil no hacer hueco a todas las aportaciones que quieren y necesitan hacer, bien sean experimentos, investigaciones o una piedra que han encontrado en el patio y que parece un fósil.
Confieso que parar la clase porque alguna de las personitas que forma parte de ella se siente mal, o porque ha habido una falta de respeto camuflada de broma, y dejar lo programado en esa sesión para otro día, te descuadra toda la planificación y sabes que el resto de la semana irás con el agua al cuello, si es que no te has ahogado antes.
Confieso que emocionarse hasta llorar porque ellos y ellas se emocionan es de blandas, ñoñas y sensiblonas.
Confieso que cuando generas pensamiento crítico entre tus alumnos y alumnas te juegas después que pongan en tela de juicio casi todo, o que para todo tengan una alternativa diferente a la tuya. Y cómodo, lo que se dice cómodo, no es.

Pero... CONFIESO QUE ME HACE ENORMEMENTE FELIZ saber que mis alumnos y alumnas aprenden tooooooodo lo marcado por ley (ley de ésas que se hacen sólo por derogar lo que decía la anterior), y que lo hacen no porque la letra con sangre entra, sino porque confío en que la HUMANIDAD y los ABRAZOS tienen el poder de dar confianza, y por tanto capacidad, a aquellos y aquellas que llevan un ritmo que no entra dentro de lo normal según nuestras prisas de adulto y, además, dan seguridad, felicidad y alas a aquellos y aquellas que superan con creces las exigencias de los tiempos de aprendizaje establecidos.

Y confieso que pienso seguir haciéndolo así. Que pienso seguir interrumpiendo la clase cada vez que haga falta, retrasar el aprendizaje de la resta llevando mientras la comunicación y las relaciones humanas no sean lo fluidas y sanas que deben ser, darles voz y voto en todo lo que hacemos para generar pensamiento crítico y autonomía.

Porque vivo a diario que, haciéndolo así, todas y todos aprenden de la manera que necesitan, y no como necesitamos nosotros que lo hagan. Y además, mejoran su entorno, que es un trocito de mundo.

Confieso que, los años de docencia que me queden, seguiré priorizando el hacer su día a día en la escuela más HAMABLE.

Sí. HAMABLE con H.

Con H de HUMANA.

Que es como debería ser la escuela, lugar de confianza, cariño, refugio y aprendizaje, dado que nuestra sociedad es, cada vez más, todo lo contrario y que el mundo ya no es un mundo pensado para nuestros niños y niñas.

martes, 20 de noviembre de 2018

20 de noviembre de 2018

Hoy se conmemora el DÍA INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS DE LA INFANCIA.
O como suele decirse, para acortar, el día de los niños y niñas.

Pero que hoy, no nos liemos, no se celebra nada. Hoy se reivindica que esa declaración de derechos, que se firmó por la ONU hace ya unos cuantos años, sigue sin estar vigente en muchos países en los que la explotación infantil es tan real como la posibilidad general de nuestros menores de asistir a la escuela aquí en España.

Hoy se grita que la infancia necesita respeto y que los niños y niñas tienen una ley que los protege. Y que eso no solemos tenerlo en cuenta. Y que esa ley habla de que tienen derecho, entre otras cosas, a que se les trate bien.

Hoy, y aunque sepamos de sobra que el día de la infancia debería ser todos los días del año y demás, tenemos la oportunidad (y me atrevo a decir que también la obligación) de levantar nuestras manos para que pare el mundo y mire a nuestros menores. A los nuestros y a los de aquellas zonas del planeta en las que siguen viviendo esclavos de la ambición adulta y el poder de don dinero.

Hoy, en clase, hemos escuchado, sentido y analizado el mensaje de una canción preciosa. Hemos visionado un vídeo cortito.
Hemos hablado de la infancia. Hemos recordado sus derechos y deberes, que ya leímos el curso pasado, y los artículos de esa ley universal que dicen que el juego es necesario, que su opinión cuenta y mucho, y que merecen ser respetados y respetadas.

Y después, al preguntar qué querían hacer teniendo en cuenta el día que es hoy y lo que significa, han decidido escribir un mensaje para que el mundo se entere de que la infancia, la suya, es una etapa fundamental. Y se lo han escrito a sus familias, a sus mayores, a las personas con las que conviven y a las que, son conscientes, a veces sacan de sus casillas, pero porque las adoran y porque saben que son las únicas con quienes pueden ser ellos mismos y no sentir que se les quiere menos por serlo.

Hoy no celebramos nada. 

Hoy reivindicamos. 

Hoy recordamos. 

Hoy denunciamos.

Pero, ojalá, en un futuro no muy lejano... Simplemente CELEBREMOS. 

Quizás, en un tiempo corto, el 20 de noviembre se convierta en fiesta universal, como la Ley de los Derechos de la Infancia (que en 2019 cumplirá 60 años) y festejemos que los adultos hemos sido capaces de arrodillarnos, para poder estar a la altura de nuestros infantes y sus circunstancias, y para hablarles de tú a tú, con nuestras miradas y las suyas en el mismo plano...

Sería maravilloso.