Hoy se conmemora el DÍA INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS DE LA INFANCIA.
O como suele decirse, para acortar, el día de los niños y niñas.
Pero que hoy, no nos liemos, no se celebra nada. Hoy se reivindica que esa declaración de derechos, que se firmó por la ONU hace ya unos cuantos años, sigue sin estar vigente en muchos países en los que la explotación infantil es tan real como la posibilidad general de nuestros menores de asistir a la escuela aquí en España.
Hoy se grita que la infancia necesita respeto y que los niños y niñas tienen una ley que los protege. Y que eso no solemos tenerlo en cuenta. Y que esa ley habla de que tienen derecho, entre otras cosas, a que se les trate bien.
Hoy, y aunque sepamos de sobra que el día de la infancia debería ser todos los días del año y demás, tenemos la oportunidad (y me atrevo a decir que también la obligación) de levantar nuestras manos para que pare el mundo y mire a nuestros menores. A los nuestros y a los de aquellas zonas del planeta en las que siguen viviendo esclavos de la ambición adulta y el poder de don dinero.
Hoy, en clase, hemos escuchado, sentido y analizado el mensaje de una canción preciosa. Hemos visionado un vídeo cortito.
Hemos hablado de la infancia. Hemos recordado sus derechos y deberes, que ya leímos el curso pasado, y los artículos de esa ley universal que dicen que el juego es necesario, que su opinión cuenta y mucho, y que merecen ser respetados y respetadas.
Y después, al preguntar qué querían hacer teniendo en cuenta el día que es hoy y lo que significa, han decidido escribir un mensaje para que el mundo se entere de que la infancia, la suya, es una etapa fundamental. Y se lo han escrito a sus familias, a sus mayores, a las personas con las que conviven y a las que, son conscientes, a veces sacan de sus casillas, pero porque las adoran y porque saben que son las únicas con quienes pueden ser ellos mismos y no sentir que se les quiere menos por serlo.
Hoy no celebramos nada.
Hoy reivindicamos.
Hoy recordamos.
Hoy denunciamos.
Pero, ojalá, en un futuro no muy lejano... Simplemente CELEBREMOS.
Quizás, en un tiempo corto, el 20 de noviembre se convierta en fiesta universal, como la Ley de los Derechos de la Infancia (que en 2019 cumplirá 60 años) y festejemos que los adultos hemos sido capaces de arrodillarnos, para poder estar a la altura de nuestros infantes y sus circunstancias, y para hablarles de tú a tú, con nuestras miradas y las suyas en el mismo plano...
Sería maravilloso.
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