Hay una leyenda urbana que circula por ahí desde hace tiempo, y de la que todos los adultos nos hemos hecho eco alguna vez: LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS SON ESPONJAS.
Pues, dada la falta de estudios científicos que lo demuestran, yo hace un tiempo que decidí dejar de creérmela y me pasé al bando de LOS NIÑOS Y NIÑAS SON PERSONAS.
Querido adulto que me estás leyendo, voy a hacerte una pregunta bien sencilla: ¿Tú... Te cansas?
Si la respuesta es SÍ, puedes seguir leyendo.
Si la respuesta es NO, deja de leerme, te están esperando hace rato en la liga de súper héroes que salvarán al mundo.
Pues sí, las personas (normales) nos cansamos, y por esa regla de tres, LOS NIÑOS Y LAS NIÑAS también SE CANSAN.
A estas alturas del curso no es que estén cansados, es que, simplemente, no pueden más. Y habrá quien quizás crea que lo digo por el simple de hecho de ser maestra y querer vacaciones. Bien, de corazón, cada uno es libre de pensar lo que considere. Yo hablo desde la experiencia, en este caso, sobre todo como madre, que también lo soy.
Los adultos, después de nuestro largo día de trabajo, fuera y dentro de casa, necesitamos desconexión. Ni qué decir después de una semana. Esa necesidad de desconexión a cada uno le llega de una manera, desde quedarse mirando el infinito tirado en el sofá hasta irse a escalar el Penyagolosa en un día de ventisca. Somos diferentes, y tenemos necesidades diferentes, gracias al cielo o a quien corresponda.
Los niños y las niñas, los nuestros... También necesitan desconectar. Y si pensamos en su corta vida en comparación con lo que nosotros ya hemos vivenciado, y en el número de horas que se pasan encerrados en el aula, por mucha metodología innovadora que se gaste quien los tenga en ella... Pues diría que en proporción, necesitan desconectar antes que nosotros.
Y ahí entra nuestro papel de madres y padres que buscamos desesperadamente lo mejor para ellos y ellas. Y en ese desespero de darles lo mejor, lo que quizás nosotros no tuvimos o, simplemente, lo que creemos que les dará un futuro más brillante... Los inflamos a extraescolares. A veces, todo un detalle, elegidas por ellos y ellas, otras ni siquiera eso.
Y así pasa su semana: más de 7 horas en el colegio si no tienen jornada continua, y un par de horas más de actividad extra, mínimo tres días por semana. Todas las semanas. Durante unas 36 semanas que dura el curso escolar, sin olvidar añadir el mes de julio y la semana extra de junio, en la que por culpa de la maldita no conciliación, tienen que ir a escuelas de verano.
Que me podéis decir que es que les encantan las actividades después del cole. Y yo no digo que no. Pero mi duda es la siguiente: ¿Les gustan o es que los hemos enseñado a vivir en esa rueda frenética de rutinas y horarios extra marcados, que más que un ritmo de vida es una auténtica vorágine? ¿Pensamos de verdad en sus preferencias o en las nuestras? ¿Valoramos según sus necesidades o las nuestras?
¿Hemos pensado, detenidamente, que los niños y las niñas lo que realmente quieren y/o necesitan es SER NIÑOS Y NIÑAS?
¿Nos hemos parado a pensar en si la mayoría de nuestros recuerdos infantiles se basan en nuestras actividades extraescolares o en los momentos de gamberradas, juego libre y "aventuras"?
Supongo que, como en todo, la clave está en encontrar el término medio. Pero ni siquiera en esto tengo la respuesta, así que opino y actúo siguiendo lo que considero mejor para los míos.
Y aún así, sigo pensando en que el ritmo frenético que llevamos los adultos y en el que arrastramos a nuestros hijos e hijas NO ES JUSTO. Porque estoy segura de que, si tuviéramos el valor de preguntarles... la respuesta que nos darían no sería precisamente la más cómoda para nuestra vida de mayores.
Quizás deberíamos recordar más a menudo que, igual que nosotros, LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS... TAMBIÉN SE CANSAN.
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