miércoles, 6 de diciembre de 2017

Llamémosle... ¡Villancico!

Antes de leer esta entrada, te invito a escuchar la letra de esta canción.

VILLANCICO POP - CADENA 100

No es larga, prometido.
Vale la pena escucharla (y sentirla) porque no es un villancico al uso.
Es una canción con alma.
Una canción atemporal y una lección para nosotros, los adultos, que debería ser lectura obligatoria cada mañana, de las que se tienen en la mesita de noche y se releen de vez en cuando.

Por eso la elegí el curso pasado para que mis alumnos felicitaran la Navidad a sus familias, y por eso la he vuelto a escoger éste, para que mis nuevos alumnos se la canten a sus compañeros de nivel, a los maestros y a sus familias. El fin: que nuestro público (adulto) escuche el mensaje en forma de voz infantil, que parece que siempre toca más la fibra. Porque esta canción es un canto a la humanidad, a la sinceridad, a la autenticidad y a la bondad, porque sí y sin más. Que ya es mucho.

"...Cuando mis sueños se convierten en realidad,
Cuando la gente se demuestra su cariño,
Cuando un revólver se lo piensa... ¡Es Navidad! ¡Y no sólo para niños!...

Y al volver la vista hacia detrás,
Tendremos que arreglar nuestros despistes,
Perdonar a quien nos engañó (¡TELA!),
Dar triunfo a quien perdió y reír al triste..."

El primer día que la escuchamos en clase, y después de dejar que la oyeran una vez, la volvimos a poner, pero para parar en cada estrofa y analizar su mensaje.

Sí, mis alumnos tienen 6 años, algunos ni eso, ¿y? Eso no los hace menos capaces de comprender qué es ser buena gente y cuánta necesidad tiene el mundo de que sea Navidad cada día.

Porque la Navidad es una época bonita por y para la infancia. Y porque, a mi modo de ver, ahora que me pasé al lado oscuro de los adultos, y del que me escapo siempre que puedo, la Navidad es una época ficticia para el resto.

Lo que vivimos los adultos en esos "cuatro" días concentrados es un espejismo, que acaba conforme los Reyes Magos dejan su carbón dulce y sus regalos.
Fin de la historia.

Eso sí, durante esos cuatro días nos esforzamos en que todo parezca bonito, bueno, dulce y bla bla bla. Hacemos tal apología a la irrealidad que ríete tú de la movida que George Lucas se inventó para Star Wars.

¿Y luego? Pues luego nada.
Volvemos a juzgarnos, a criticarnos, a mirarnos por encima del hombro, a ser individualistas y bla bla bla.
Pero ¿Qué dices mujer? Qué ganitas de polémica, ¿no? Si hasta hacemos el "amigo invisible" y regalamos cosas a quienes de normal juzgamos, criticamos, miramos por encima del hombro y bla bla bla.
Pues eso.

Que nos hace mucha falta recuperar esa voz interior infantil. La genuina, la que cree en la magia del día a día.
Necesitamos expandir el espíritu navideño a los 365 días del año, a ver si así, con suerte, conseguimos sacar a flote el espectáculo de inhumanidad en el que nos hemos convertido.

Y si los responsables de este mundo sin alma somos los adultos, quienes hemos de arreglarlo somos nosotros.
Y arreglarlo no pasa por enseñar a nuestros alumnos un villancico, inventarnos un bailecito más o menos acorde, en función de nuestra gracia e ingenio, pedirles que se adornen con un espumillón dorado y sonreír mucho mientras cantan.

No. No se trata de eso. Que subirnos a un escenario y venirnos arriba es todo uno.

Remendar el roto pasa por el día a día.
Entre nosotros y con ellos.
Pasa por ir al mercado de las buenas intenciones cada mañana, antes de lanzarnos al mundo adulto de lleno, y pedir:

- Medio kilo de respeto. No, mejor póngame el camión entero.
- Un kilo de espíritu de equipo.
- Dos kilos de compañerismo.
- Un cuarto de sinceridad y un cuarto de prudencia. Por eso de compensar el nivel de ingesta.
- Todo lo que le quede de humanidad.
- Medio kilo de admiración al prójimo y otro medio de reconocimiento del éxito ajeno.
- Y póngame, si acaso también, unas cortaditas de inocencia, locura y valentía, todo en el mismo paquete.

Yo creo, de corazón, que si invirtiéramos nuestros ahorros en semejantes ingredientes, íbamos a darle la vuelta al mundo en cuestión de semanas.
Pero no hay "tutía".
Vamos tan acelerados por las mañanas que la paradita en el mercado ni nos la planteamos.

Así que nada.

Pasamos al plan B: cantar canciones con mensaje y llamarlas villancicos.
A ver si cuela. 😉

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