domingo, 3 de diciembre de 2017

Maestros con C de capacidades, competencias y CORAZÓN.

A principios de este año, mi amiga Cristina (lo de la C no creo que sea casual), que estaba acabando psicología, me habló de Mar Romera. 
Había tenido la suerte de asistir a una de sus jornadas y me contaba, emocionada, cómo le había volado el tiempo escuchando a esta mujer. Pero lo que más me marcó fue que me dijera que con cada cosa que contaba cuando hablaba de los niños, de los niños en la escuela, había pensado en mí, y en las muchas conversaciones que habíamos tenido sobre el proceso de enseñar y aprender.
Así que me dije que yo tenía que ir a escuchar a Mar Romera sí o sí.

La primera vez que tuve la suerte de quedarme embobada con ella, literalmente hablando, fue en mayo. 
No sabéis lo que significa encontrarse cara a cara con esta gran comunicadora para alguien que cree en una escuela humana, hecha por, para y con los niños, pero además formada por personas, incluyendo a las familias, que tienen como leitmotiv el AMOR, así en mayúsculas, que queda más cursi.

Mar Romera ha vivido la escuela desde dentro, pasando por todas sus etapas, universidad incluida, así que no habla de oídas sino desde sus entrañas. Pero lo que más llama la atención de ella es que alguien con su bagaje profesional (¡Flipas!, que diría ella) colega de primera mano de Tonucci, que se codea con la creme de la creme de la neurociencia... Resulta ser la humildad y la naturalidad personificadas. 

Y claro, con todo este combo, te enamoras. Y te falta tiempo para apuntarte a su nuevo curso.
Y cuando estás casi en la misma butaca que la otra vez, y empieza su ponencia con un temazo de Pink Floyd, vuelves a emocionarte. Y cuando comienza a hablar sobre Carlitos, en representación de todos los Carlitos del mundo, y a comparar a la escuela perfecta con Hogwarts y a Dumbledore con el director ideal, vuelves a llorar como una magdalena, de impotencia, de esperanza, de ilusión, de rabia, por sentirte comprendida y por saber que la escuela con la que sueñas existe, es posible y que para hacerla realidad sólo tienes que "tirar muros y vacas". O eso dice ella. Y claro, dicho así, suena hasta fácil. 
Y así te despides de Mar con un "hasta luego" porque tienes la certeza de que volveréis a encontraros pronto, y con el corazón llenito de calor, de calor del bueno, del calor que hace escuela.

Pues, señores, aunque no lo parezca, yo en realidad no venía hoy a hablar de Mar Romera. Yo venía a hablar de los maestros de corazón, que curiosamente empieza igual que capacidades y competencias. 

Venía a hablar de esos maestros que sonríen cada mañana mientras dicen taitantas veces "buenos días", que empiezan la semana preguntando a sus alumnos sobre su fin de semana, pero sin fin académico, sólo por saber y para hacerles conectar. Hablo de esos maestros que les cuentan a sus alumnos cómo se sienten, sin necesidad de contarles su vida, aunque se la contarían si ellos preguntaran, porque así los ayudan a entender que hoy anden más serios o simplemente más cansados. Hablo de los que nunca gritan y siempre hablan dulce, porque para corregir no necesitan elevar la voz, les bastan las palabras adecuadas y la mirada. Hablo de los que nunca rompen, y menos aún en público, el trabajo de sus alumnos porque entienden que eso los humillaría y les daría un mensaje más que destructor. Hablo de los que no etiquetan ni emiten juicios de valor negativo mientras hablan del alumno como si no estuviera delante, o peor, como si fuera un mueble. Hablo de los que no generalizan para hablar sobre su clase y tampoco la califican con palabras grotescas. Hablo de los que cuando ven que la clase no avanza en algún aspecto, académico o humano, se preguntan en qué están fallando o qué pueden mejorar y no echan balones fuera "porque es la peor clase de la escuela". Hablo de los que caminan de la mano de las familias de sus alumnos porque entienden que si no hay equipo no hay partido, y si no hay partido, nunca puede haber victoria. Hablo de los que no castigan sin recreo a favor de un trabajo que no se acabó, sino que le dan la vuelta a la tortilla para llevarse al alumno a su terreno sin necesidad de robarle el único rato de esparcimiento que tiene, y que necesita. Hablo de los que enseñan jugando y de los que juegan sin ánimo de enseñar nada, porque saben que hasta en esas situaciones se dan ocasiones de aprendizaje. Hablo de los que interrumpen la rutina para poner una canción bonita y hablo de los que trabajan con música en el aula. Hablo de los que usan la magia inventada para que la verdadera magia ocurra en sus cabecitas. Hablo de los que salen al patio a dar clase porque sí. Hablo de los que les enseñan a no hacer filas justo para que aprendan naturalmente a ir de manera ordenada, tranquila y cívica, la vida misma. Hablo de los que lloran con ellos de emoción y usan sus lágrimas de colchón para que ellos empaticen y se atrevan a soltar lastre. Hablo de los que abrazan, besan y miman. Hablo de los que quieren a las familias dentro de la escuela, pero de verdad, más allá del festival de Navidad, porque las quieren y las necesitan de manera activa y participativa, siempre al lado, nunca en frente, para hacer equipo y no para darles lecciones de educación.

Pues sí. Yo hoy venía a hablar de esos maestros que valoran a sus alumnos con el corazón y por su corazón, y que precisamente por eso son sensibles de reconocer las capacidades individuales de cada uno de ellos, a sabiendas de que ésas serán las que los harán competentes en algunos aspectos y por las que tendrán dificultades en otros. Y además, les harán ver que NO PASA NADA, porque la heterogeneidad es riqueza. Y porque las diferencias son un abanico de infinitas posibilidades si trabajamos juntos. 

Y esto es lo que firmemente creo que le viene faltando a la escuela: MAESTROS DE CORAZÓN, con respeto real a la diversidad en la enseñanza, a la de sus iguales, para poder apreciar después las distintas capacidades de cada uno de sus alumnos y con la certeza de que nada es absoluto, ni los métodos ni las modas educativas. 

Yo creo que la única verdad absoluta en la escuela son los alumnos, su corazón y sus necesidades. 

Así pues, gracias Mar, por decir verdades como puños y por intentar hacer de la escuela un mundo digno para la infancia.

Está claro que lo que necesitamos no son maestros "último modelo en innovación educativa", sino más MAESTROS CON C, de CORAZÓN.

4 comentarios:

  1. Cuando la Creatividad y el Cariño se juntan, se Construye un Camino de Calidad que ayuda a Creer en ti, a Crecer con Confianza y a Construir un mundo mejor donde la Complicidad y la Comprensión haga que nuestros hijos no tengan miedo de Cruzar la línea del Conocimiento y sean Capaces de Conquistar el Cielo.

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    1. Y ante un mensaje así yo no puedo más que emocionarme y agradecerte, de CORAZÓN, cada uno de esos comentarios que me dejas en las entradas; pero hoy especialmente por este mensaje tan lleno de cariño.
      Tus palabras son siempre un regalo. Que creas así en mí... ¡Es demasiado! 💖

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  2. GRACIAS por compartir esta reflexión. Me veo muy reflejado en todo o que dices, tanto por la admiración a Mar Romera como por la descripción de maestro. Un fuerte abrazo compañera

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  3. GRACIAS A TI, de corazón, por tomarte el tiempo de leerme y además dejar constancia de tu paso por aquí. Me encanta encontrar a maestros con C y saber que lograremos cambiar la escuela y hacerla más humana. Un abrazo grande, Manuel.

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