Nos han enseñado, o nos han hecho creer, a lo largo de muchísimo tiempo, tanto siendo alumnos como luego siendo maestros, que la diversidad es un obstáculo a la hora de enseñar y, por tanto, a la hora de aprender.
Recuerdo que hace unos años, cuando cogí una tutoría de primero de primaria y dejé aparcada un poquito la especialidad de inglés, unas cuantas mamás, después de haber leído la distribución de alumnos en las listas de las clases, me buscaron para decirme que creían que mi clase era demasiado cañera. Mi respuesta fue clara: que si la clase era cañera, yo lo era más, que estuvieran tranquilas. Y os confieso que su comentario no me sentó bien.
Recuerdo que en la primera reunión que tuve con los papás de esa tutoría, la de inicio de curso, les dije que entendía que cuando habían manifestado ese miedo y esa inquietud porque la clase era demasiado cañera, lo hacían pensando en si sus hijos iban a sacar mejores o peores notas en función de los compañeros que les habían tocado en suerte. Les conté que mi punto de vista era diferente, y que pensaba que estaban cometiendo un error al sentar esos prejuicios sin ni siquiera haber empezado el curso, ya que la vida real, la calle, la sociedad y el mundo que a sus hijos les ha tocado vivir, están llenos de diversidad, están llenos de gente diferente, con sus mil circunstancias, y que cada una de esas personas que nos vamos cruzando en nuestra vida nos aportan, de una manera u otra, conocimientos, sabiduría, experiencias y, además, colaboran en nuestro crecimiento personal. Porque la diversidad es realidad y la realidad es aprendizaje. A diario.
Así que, como maestra tutora ese año me propuse demostrar que una clase no es mejor que otra según si sus alumnos se suponen mejores o peores, comportamental o académicamente, sino que todo depende de la fe y la confianza que tengas en tus alumnos. Yo creí en mis alumnos desde el principio, creí en sus posibilidades y en que, precisamente, esa diferencia de ritmos que había en la clase, a la que yo llamaba cariñosamente "la clase de los 1000 ritmos", iba a hacer que fuera un curso perfecto para aprender muchísimas cosas más allá de los contenidos exclusivamente curriculares. Y así fue.
Me considero una persona a la que le van los retos, y tal vez por eso me gusta trabajar acorde a lo que necesita cada alumno y, a su vez, cada clase. Y de un curso al siguiente modifico mi manera de preparar las clases porque, ni yo soy la misma, ni mis alumnos tampoco.
Soy de las que piensa que igual que cada uno de nosotros, los adultos, afrontamos la vida de una manera, nos enfrentamos a nuestra vida laboral de una forma determinada y elegimos caminos profesionales diferentes, los niños, nuestros alumnos, también tienen ese mismo derecho a diferenciarse, ya que ni tienen las mismas inquietudes, ni les motiva lo mismo, ni sus intereses son siempre los mismos que los del compañero de al lado.
Cuando hablamos de diversidad, cuando hablamos de que una clase no es homogénea, o incluso que es demasiado heterogénea, que en ella hay muchos niños de diferentes ritmos, normalmente lo hacemos con un sentido más bien peyorativo.
Y la historia es que el problema base se encuentra en nuestro currículum; un currículum que está anquilosado en la antigüedad, que sigue diferenciando por materias, restando importancia a las que son tan necesarias o más que las demás, como la música, y que sentarían una base realmente buena para dar salida a la creatividad. Un currículum que sigue exigiendo maneras de enseñar, de aprender y de evaluar que no se adaptan a la realidad en la que vivimos. Un currículum que olvida la inteligencia emocional y la educación en valores, pero de verdad, no de frasecita de oposición, y que habla de competencias, pero el planteamiento que hace y lo que exige a nivel burocrático y de papeleo no da para que nos salgamos de ese margen.
Tenemos un sistema educativo de risa, en el que el profesor y el maestro, muchas veces, se convierten en un administrativo más que tiene que emplear muchas horas en rellenar papeles que luego nadie se lee. Mucha teoría y poca práctica. Un sistema en el que los maestros no pueden emplear ese tiempo en formarse en todas las metodologías que están despuntando, y que están pidiendo un cambio a gritos, gracias al cielo.
Hoy en día, nuestros alumnos están rodeados de información, es más, están híper estimulados, híper informados y quizás nuestra tarea, más que hacerles memorizar contenidos sin ningún tipo de sentido para ellos, debería ser encaminarlos a que tengan un verdadero pensamiento crítico, a que sepan usar todos los recursos informáticos que tienen a su alcance, para evitar así, entre otras cosas, el ciberacoso, y que aprendan desde pequeños a hacer un uso responsable de la tecnología.
Tal vez el currículum ideal sería aquel que combinara el aprendizaje de las materias, que no tiene por qué dejarse de lado, junto con el trabajo de la educación emocional y la coeducación. Está comprobado que aprender desde la emoción es más efectivo. Y creo que, además, todo aquel maestro que conecta emocionalmente con sus alumnos, de una manera u otra, también vive en primera persona el hecho de que, cuando un alumno se emociona, aprende más fácil, porque está conectando un contenido concreto con una emoción. Ahí su aprendizaje se produce de manera natural.
A cada alumno le motiva una cosa, le interesa un aspecto y le llama la atención una actividad diferente a la de su compañero. Igual que los adultos no trabajamos todos en lo mismo, porque entonces habría muchas carencias a nivel social, los niños tampoco tienen todos los mismos intereses. Cada alumno se interesa en clase por aquello que le despierta curiosidad o alguna emoción, y es por eso que lo ideal sería partir de la educación desde el asombro, desde el aprendizaje centrado en sus intereses y en sus maneras de enfrentarse a la vida.
Los niños empiezan la escuela primaria, incluso la infantil, con un montón de expectativas. Cuando un niño llega a primero de primaria, lo hace con su mochila "de mayor", tiene que subir escaleras en muchas ocasiones porque ya ha cambiado al piso de los mayores, lleva su propio estuche con todo por estrenar y lleno de colores súper chulos, y también lo hace con un montón de ilusiones metidas en la mochila, junto con todos esos libros que le pesan un quintal, y que muere de ilusión por abrir.
Igual que nosotros ante una nueva etapa laboral nos creamos expectativas, nos hacemos ilusiones y proyectamos en futuro, los niños también lo hacen.
Ellos imaginan su primer día de una manera determinada, pero cuando acaba ese día puede ser que nada de lo que habían soñado haya ocurrido. Y, aunque suene triste, eso se repite día a día. Y entonces es cuando el alumno acaba la primaria tan desmotivado y con tan pocas ganas de seguir estudiando, que pasa al instituto por inercia, no porque tenga ilusión de seguir aprendiendo.
La labor de los maestros debería ser conseguir que, todos y cada uno de los alumnos que pasan por nuestra clase, se fueran más motivados aún de lo que empezaron el curso con nosotros, que continuaran su camino hacia el curso siguiente con muchísimas más ganas de saber, con más ganas de aprender, con muchísima más curiosidad, con más inquietudes, y con la libertad suficiente y la confianza necesaria como para seguir queriendo investigar por su cuenta. Y todo esto hoy en día sigue fallando.
Cuando nos centramos en acabar las páginas de un libro, cuando nos centramos en reforzar el conocimiento sólo a base de fichas y más fichas machaconas, y pensamos que por el hecho de que las coloreen estamos haciendo la asignatura motivadora; cuando les mandamos faena para casa que es exactamente igual que la que han hecho en el colegio, mismo formato, mismas indicaciones, lo único que estamos provocando en el alumno es aburrimiento y hastío. Estamos consiguiendo una falta de interés cada vez mayor.
A mi modo de ver, el aprendizaje memorístico hoy en día no tiene ningún sentido. No sé siquiera si lo tuvo cuando nosotros éramos pequeños y aprendíamos definiciones y listas sin más fin que el de volcarlas en un examen.
Preguntadme geografía. Soy pez. Porque memoricé sin ningún tipo de sentido, porque me aburría enormemente en las clases. Aprobé con buenas notas, pero sin disfrutarla ni un poquito. Y sin embargo, ahora que soy yo quien la enseña, he aprendido a quererla, sin memorizarla. A vivirla y entenderla.
Creo que lo importante hoy en día es ayudarles a saber manejar todos los medios que tienen a su alcance, y también la información, a hacerles ver que aprender sobre el mundo en que vivimos es simplemente maravilloso.
Muchas veces son las propias familias las que tienen miedo a que su hijo no sepa la lección y no la sepa desarrollar en el examen, porque no ha llevado el libro a casa para memorizar. Y yo insisto en que el aprendizaje es muchísimo más significativo y más real cuando se entiende y se razona que cuando se aprende a golpe de repetición.
No sirve de nada que un niño sepa definir lo que es un río cuando no entiende la mitad de las palabras de la definición. Si, por el contrario, le ponemos ejemplos gráficos, le hacemos aprender más allá del dibujo del libro y lo sacamos fuera del aula, le ponemos vídeos, hacemos que sea él quien investigue... ese aprendizaje es tan significativo y tan real que se queda grabado en su mente de una manera totalmente natural porque está motivado.
Si en vez de hacer aprender al dedillo, si en vez de centrar nuestra enseñanza sólo en los libros de texto, los cuadernos y las fichas que los complementan, abriéramos un poquito más los ojos, miráramos hacia adelante y quisiéramos entender qué hay en la cabeza de cada uno de nuestros alumnos, sería muchísimo más fácil enseñarles y hacerles llegar a eso que queremos que lleguen. No podemos olvidar que ni todos los niños tienen las mismas capacidades, ni los mismos intereses ni las mismas aficiones.
Si de verdad, y no de teoría de oposición, partiéramos de sus intereses y de sus maneras de aprender, llegaríamos a todos, y todos serían capaces en mayor o menor medida de llegar a los contenidos programados, de asimilarlos a su manera y de pasar al siguiente curso preparados. Y cuando hablo de preparados no me refiero a con todas las tablas de multiplicar aprendidas de memoria y con 250.000.000 de definiciones de sujeto, predicado y relieves varios, me refiero a preparados para todo lo que se les ponga por delante, ya sea contenido académico, ya sea desarrollo personal.
Y es que, verdaderamente, creo que el aprendizaje en la escuela va más allá de un libro y va más allá de una suma llevando, es convivencia pura y es la sociedad, y son unos valores. Y todo eso se trabaja en el día a día de la clase, no sólo volcando en la pizarra las restas que han hecho en el cuaderno.
Un alumno está realmente preparado para pasar al curso siguiente cuando tiene la ilusión suficiente como para querer pasar y querer seguir aprendiendo, y mi experiencia me dice que todos los alumnos son capaces de aprender, de una manera u otra.
El fallo está en la base, y en que la manera que tenemos de evaluar sigue siendo la manera tradicional de antaño. Aunque queramos cambiar la metodología, aunque nos formemos en nuevas corrientes y hagamos cosas diferentes, a la hora de la verdad seguimos evaluando a la manera antigua, y no tiene ningún sentido hacerlos pasar por pruebas que, al final, les llevan en su gran mayoría a memorizar.
Da mucha risa, por ejemplo, cuando lees la ley y ves que se te exige un plan de atención a la diversidad, pero siempre contando con que la diversidad se basa en aquellos alumnos que necesitan compensatoria o necesidades educativas. Y eso es un error enorme. La diversidad está en cualquier aula. Por pocos alumnos que tenga ese aula, ya es diversa pues cada alumno aprende de una manera diferente. Si el currículum se hiciera pensando en que los alumnos atienden según sus intereses, cambiaría todo.
Podría decirse que hoy por hoy atendemos a la macro diversidad, a groso modo, pero sin embargo las pequeñas particularidades de cada niño, que son enriquecimiento puro, nos las perdemos.
Si nosotros no somos capaces de hacer que esa diversidad se convierta en riqueza, y la verbalizamos como un obstáculo, y nuestras clases están dirigidas a aquellos alumnos que entran dentro de nuestro esquema mental de "normalidad" siguiendo la creencia de que la homogeneidad es lo normal.. Nunca jamás avanzaremos.
Es quizás por eso que me he prometido a mí misma que no volveré a trabajar de la manera tradicional basada en la individualidad, ya que el aprendizaje cooperativo es una de las cosas más bonitas que me ha pasado. El trabajo cooperativo da la oportunidad, de verdad, a todos y cada uno de los alumnos de la clase de demostrar cuáles son sus verdaderas capacidades, y todos aprenden en gran parte gracias a que se ven capaces de enseñar a los demás.
La idea preconcebida de que van a copiarse por estar juntos, de que van a hablar más de la cuenta, de que molestan porque la clase nunca está en silencio, de que después no sabrán trabajar solos... es falsa. Con el trabajo en equipo y por roles aumenta su seguridad, su crecimiento personal es mayor y su confianza también; y después de eso, el éxito individual es automático.
Nos queda mucho por hacer. Mucho por demostrar y mucho por cambiar.
Pero cada vez somos más los que tenemos ganas de una educación diferente, adaptada al hoy, más humana y emocionante y, en definitiva, más rica.
La DIVERSIDAD es RIQUEZA. ACTUALICÉMONOS.
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