sábado, 14 de abril de 2018

Querido Backpack Kid

Hoy os traigo un poquito de humor por aquí. Porque a los maestros, a veces, también nos va el cachondeo.
¿O más que humor esto es ironía?
Ay, no lo sé. Dejemos la concreción curricular para después, que es sábado y, como buena maestra, ya estoy de vacaciones otra vez.

Hoy quiero saludar, con todo mi cariño, a (redoble de tambor)... ¡¡¡EL NIÑO DE LA MOCHILAAAA!!!
O en inglés: the Backpack Kid.

(Podéis verlo AQUÍ si no caéis ahora mismo.)

O sea, a ese chavalín al que Katy Perry ha metido en un vídeo suyo gracias al frenético baile que se ha inventado y que, si miras bailar más de 20 segundos seguidos, te hace ver en 3D a la protagonista de Poltergeist.

¿Que por qué lo saludo desde este espacio dedicado a hablar de enseñanza y bla bla bla? Fácil. Porque, como maestra, no sé si quererlo u odiarlo.
Ahí ando. Entre el bien y el mal. El amor y el odio.
Y ojo, que os aseguro que las palabras que voy a dedicarle no son fruto de la frustración más absoluta porque, creyéndome una cuarentañera de lo más moderna y en forma, no soy capaz de imitar su puñetero bailecito. Nooooo. Eso no sería muy adulto.😉😂

Así que, sin más, y con la ilusión de que este mensaje le llegue de verdad al kid de la mochila, aquí va:

Querido Backpack kid sin nombre,

No sé cómo empezar esta carta, ya que tampoco tengo claro si cada vez que veo a uno de mis alumnos imitándote quiero reír, llorar o salir corriendo. Tampoco sé si me alegro de que, teniendo la profesión que tengo, el público que te imita sea mayoritariamente infantil.

Y es que desde que tu baile llegó a nuestras vidas... ¡Te has cargado las filas!
Que no es que yo sea muy fan de ellas, más que en determinadísimas situaciones en las que la vida real las pide, pero es que desde que estás tú, las filas ya no son lo que eran, y eso me crea un poquito de lío mental, porque no sé si me alegra o no.

En clase mis alumnos pocas veces se levantan a que les corrija porque normalmente no estoy sentada, y como trabajamos de manera cooperativa, soy yo la que va rodando por los equipos, pero como siempre hay momentos para todo, obviamente, también se da eso de venir a mi mesa a que me enseñen la tarea.
Y gracias a ti, niño mochilero, las filas de mi mesa ya no son lo que eran, no. Ya no hay: "se ha coladoooooo", "me ha movido la mesaaaaaaa", "me molesta que paseeeeeen", "me tapaaaaaan", "no veoooooo", "están sacando cromoooooos", "Luisito dice que mi dibujo es feooooooo", "los que estáis en la fila, por favor, podéis bajar un poquito la voz que parecemos un mercado persa", "Pepe, por favor, deja de empujar a tus compañeros porque vais a acabar cayendo a lo serpiente del dominó"...
Y así multiplicado por el número de alumnos de la clase y las veces que repitan fila.

Ahora, mientras reviso las tareas intentando concentrarme para no dejarme nada, un ojo mira los ejercicios, el otro mira al alumno o alumna de turno que baila pegado a mí, y que está a dos milímetros de sacarme un ojo mientras levanta el puño para meter la cadera hacia detrás, a ritmo de dos movimientos por nanosegundo.
Y así multiplicado por el número de alumnos de la clase y las veces que repitan fila.

Querido niño de la mochila, no sé si te quiero o te odio.
En las filas ya no se discute, ni se empuja, ni se habla cada vez más alto para tener razón. Ahora se baila a golpe de cadera y puños en el aire. En silencio.
Que "acongoja" un poco el panorama si lo miras con ojos de persona de fuera del aula.
Veintimuchos niños y niñas en fila, en silencio total, cadera hacia delante, cadera hacia detrás, brazo, brazo, todos a la vez, pero descoordinados de narices y cada uno a su ritmo, la vida misma vaya.

Y una maestra en su mesa, con un ojo en Portugal y el otro en Italia, moviendo la cabeza hacia Portugal cada vez que ve venir el puño, intentando corregir lo que lee pero con la certeza de que está dejándose cosas por el camino porque teme por su ojo derecho.
Y así multiplicado por el número de alumnos de la clase y las veces que repitan fila.

Dicho lo cual... Insisto. No sé si lo que siento por ti y tus diabólicos movimientos es amor, odio o miedo a quedarme tuerta de un derechazo.

Lo que sí puedo agradecerte es que te hayas inventado un baile que no entiende ni de complejos ni de diferencias, ya que, al menos en mi clase, todos lo intentan imitar, con mayor o menor éxito, y el resultado no provoca ni burlas, ni malos entendidos, ni empujones en la fila, sólo paz (para ellos, claro) y amor. Bueno, y un futuro estrabismo en la maestra.

Atentamente,

Una maestra descoordinada de primero de primaria.

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