Ayer empezamos nuestra semana bajando al patio, sentándonos debajo de uno de los árboles, buscando sol y sombra, y hablando de Tonucci y La Ley Internacional de Los Derechos de los Niños.
Primero aclaramos el término "conferencia", que les sonaba a japonés. Después hablamos de la necesidad, cada vez mayor, que los maestros tenemos de aprender y seguir formándonos. Y después hablamos de Francesco Tonucci y a qué se dedica: a abrirnos los ojos a los maestros y recordarnos que, en última instancia, lo más importante dentro de la escuela son ellos: los niños. Y haciendo extensiva la escuela a la vida real... también lo son en la sociedad, ciudadanos del ahora, no del futuro.
Leímos sus derechos. Y sus deberes. La versión adaptada a niños y niñas de 6 a 8 años que hay en la web de Save the children. (La tenéis AQUÍ). Los analizamos. Los explicamos. Los razonamos. Los debatimos... Y sobre todo, LOS ASIMILAMOS.
Todos los niños del mundo tienen derecho a que se les trate bien. Y tienen que tratar bien.
Todos los niños del mundo tienen derecho a ser escuchados, a expresar su opinión. Siempre desde el respeto.
Todos los niños del mundo tienen derecho a DESCANSAR, JUGAR y CREAR. Y jugar es aprender. Y se puede aprender jugando. Y aburriéndose. Tienen derecho a descansar, a parar, a hacer un alto en el camino, dentro y fuera de la escuela, a que su ritmo sea el de un niño, con tardes libres para no hacer nada más allá que: SER NIÑOS.
Todos los niños del mundo tienen deberes. Tienen la obligación de, entre otras cosas, cuidar su cuerpo. Y, entonces, hablamos de comer sano, aunque no nos haga mucha gracia, de hacer deporte, de ir al médico. Y lo entendieron. Es más: LLEGARON ELLOS SOLOS A ESO.
Todos los niños del mundo han de saber que los adultos que velan por ellos, en la escuela y en casa, tienen la obligación de decirles en qué erran, para que lo mejoren. Y que para hacerlo, como dice uno de sus derechos, deben hacerlo tratándolos bien. No hay necesidad de gritar cuando fallan en una suma, cuando leen mal, cuando hacen una actividad del revés, cuando se salen del margen pintando, incluso cuando hacen alguna trastada gorda que debe ser reconducida. El grito no es la manera.
También hablamos de la paciencia en casa. De que los papás y mamás somos humanos, nos equivocamos, como ellos, y a veces perdemos la poca paciencia que nos queda y no les hablamos como deberíamos, aunque lo sepamos. Ellos tienen derecho a recordárnoslo. Y ellos son muy conscientes de que, en muchas ocasiones, tiran nuestra paciencia por la ventana. Pero es que ellos no son los adultos. Esos somos nosotros. ELLOS SON NIÑOS.
Hablamos de la soberbia que tenemos los adultos. De que nos fastidia que nos digan que nos hemos equivocado. Porque somos mayores, y lo sabemos todo. De que nos cuesta reconocer a veces nuestros errores y nos pica bien en el orgullo que un alumno o alumna nos diga: esto me aburre, esto no me gusta, esto es un rollo... Porque nos lo hemos preparado tan hiladito, con tanto esmero, que nos rompe los esquemas. Y, pocas veces, hacemos autoevaluación, reculamos, rehacemos, retomamos o abortamos misión, sólo por intentar de verdad que el interés por la actividad sea unánime.
Hablamos del RESPETO. Hacia ellos y entre ellos. Hacia el resto del mundo. Del resto del mundo con ellos.
Y tuvimos la suerte de que D., en su caja de nuestro proyecto "Paraula de Fada", ayer mismo por la tarde, nos habló de FRATERNIDAD. Vaya palabra enorme, y bonita, y difícil, y completa... Y necesaria.
"Cuando escucho a los demás"
"Cuando respeto y valoro las diferencias"
"Cuando reconozco mi error y soy capaz de pedir perdón"...
Así es D., si escucháramos más, si respetáramos más, si sintiéramos la diferencia como riqueza y no como estorbo, si reconociéramos que nos hemos equivocado y tuviéramos la valentía de pedir perdón... Si en el mundo hubiera más fraternidad, viviríamos en paz. Primero porque nosotros mismos tendríamos corazón y cabeza en calma, y segundo porque eso, inevitablemente, se haría extensivo a nuestra manera de relacionarnos unos con otros.
En clase hicimos la reflexión de lo fácil que les resulta a los niños y niñas actuar "fraternalmente". Y de lo difícil que nos resulta a los mayores. Y de que así nos va el mundo.
Ellos mismos dijeron que no entendían por qué tenía que costarnos tanto actuar "así", si está chupado.
Yo no supe qué decirles.
Sólo pude pedirles que, por favor, hicieran valer su voz de niños y nos lo recordaran de vez en cuando.
Y que, ya puestos, nos recordaran que tienen derechos. Y que los adultos estamos obligados a que se cumplan.
Lo dice la ley.
Les pedí que hicieran valer su voz de niños para recordarnos a los mayores que, una vez no hace tanto, nosotros también lo fuimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario