jueves, 16 de junio de 2016

No hay mal que cien años dure

No hay mal que cien años dure ni metodología que funcione siempre. Y aunque suene demasiado "sentando cátedra" es lo que firmemente creo.
No hay metodología que funcione eternamente porque trabajamos con personitas, con sus sentimientos, su propia composición del mundo, sus días buenos y sus días grises.
Sin embargo, hay algo que siempre funciona: creerse lo que uno enseña, amar lo que uno hace. Porque cuando disfrutas en tus horas de trabajo y te crees de verdad que lo que enseñas es lo mejor que puede pasarle a esos niños durante el ratito que están delante de ti... es prácticamente imposible no contagiarles el entusiasmo por lo tuyo.
Llega el final de curso y es inevitable echar la vista atrás y pensar, primero y para variar, "qué rápido ha pasado el año", y segundo, "I really had great fun!". Porque así ha sido, he disfrutado como una enana, me lo he pasado en grande iniciando proyectos, inventando nuevas maneras de acercar a mis alumnos al inglés, viéndoles aprender con entusiasmo y proponiendo ideas sin miedo y con mucha ilusión. He acabado agotada, como hacía tiempo que no lo estaba (sí, la edad también va haciendo de las suyas pero esto es un secreto), porque inventar nuevas maneras de llegar y motivar es enriquecedor pero agota al extremo. Pero al final de la carrera, ha valido tanto la pena que el cansancio es hasta satisfactorio.
¿Qué metodología he seguido este curso para conseguir que mis alumnos hayan aprendido disfrutando de verdad? Pues sinceramente, una no muy diferente a la de años anteriores pero con algún añadido que me ha hecho salirme todo el tiempo de los libros. Una basada en el alumno, pero de verdad, en sus intereses. Una que me permite enseñar aprendiendo. Una que acepta sugerencias de mis alumnos y cambia lo programado por sus ideas, sin cambiar lo que tengo que enseñar. Una que deja de lado exámenes tipo y abre puertas a otro tipo de maneras de evaluar sin que ellos sientan la presión de "es un examen", aun cuando son pruebas igual de exigentes. Una que los ha dejado libres para planificar sus trabajos, libres para organizar sus tareas, libres para decidir cómo hacer las cosas. Una que ha sentido el inglés como una lengua viva y útil y no como una asignatura. Una que ha dado paso al uso real de la lengua planteando actividades en las que había que hablar sí o sí, pero de manera natural, de lo que a ellos les interesaba. Una que les ha permitido hacerse expertos en el animal que más les gusta, o su transporte preferido, o los ha convertido en actores, porque para todo lo demás ya está google. Una basada en mi propio amor por el inglés, mis ganas de enseñar, mis ganas de aprender a raíz de sus ideas, mis ganas de dejarme convencer por sus propuestas de niños que nada tienen que ver a veces con las nuestras. Una basada en la intención de contagiar mi ilusión por lo que hago, convirtiéndome en guionista y directora de teatro, en bióloga o en experta en transportes de todo tipo para poder guiarlos.
No hay mal que cien años dure ni metodología infalible, pero lo que no falla jamás es recordar que las personitas que tenemos delante son, todas y cada una de ellas, un mundo lleno de posibilidades del que podemos aprender tanto o más de lo que pretendemos enseñarles.
Y dicho esto... ¡Feliz fin de curso a todo el mundo!
😉👏😉

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