Hoy finaliza mi papel de maestra en el mejor cole del mundo mundial. Han pasado cinco años desde que llegué y parece que han durado un suspiro. Lo bueno siempre va más veloz.
Toda etapa tiene un comienzo y un fin. Y el mío en este lugar especial ha llegado. En estos cinco años he crecido personalmente y profesionalmente al ritmo de mis niños y mis compañeras (y amigas). Llegué sin ninguna expectativa en concreto, sólo con ganas de disfrutar con lo mío y de hacer felices a mis alumnos mientras estuviera con ellos. Llegué con los bolsillos vacíos y, sin embargo, me los llevo más que llenos de cosas bonitas y de mucho aprendizaje. A cambio, sólo espero haber dejado un poquito de huella en cada uno de los peques que he tenido delante, ojalá recuerden alguna anécdota, alguna frase, alguna sonrisa mías cuando piensen en su cole dentro de unos años, o simplemente recuerden que lo pasaron bien en inglés.
Cerrar una puerta para abrir otra siempre crea algo de incertidumbre. Pero muchas veces necesitamos empezar de nuevo para continuar el camino. Y en eso ando. Aunque os confieso que de esta puerta pienso guardar la llave y no cerrarla del todo, para poder asomarme un poquito de vez en cuando y ver cómo esos peques siguen su camino y se convierten en peques más grandes, los mismos que tantos ratos bonitos me han regalado, los mismos que me han hecho reír tantas veces, que me han abrazado, que me han sonreído, que han empatizado conmigo, que me han mimado como a una reina, que me han visto guapa cuando mis ojeras daban terror, que han piropeado mi sonrisa porque decían que les daba confianza y que, en definitiva, se han dejado contagiar siempre por la magia del querer aprender.
De estos cinco cursos me llevo un buen puñado de amigas bonitas que me han aceptado y querido así sin más y porque sí, que han reído conmigo, me han cuidado cuando he pasado momentos personales duros, han celebrado conmigo lo bonito de la vida, me han regalado su confianza a ciegas y me han hecho ver el color rosa cuando venía enfurruñada y sólo veía gris.
De estos cinco años me llevo todo el aprendizaje que una maestra vive en su día a día en el aula con cada niño que se cruza, que no es poco. Me llevo las experiencias que me han hecho crecer y mejorar, los errores que he enmendado y los que me quedan por arreglar. Me llevo las ganas de seguir por siempre en este mundo bonito que es el de la escuela, trabajando con personitas llenas de posibilidades, llenas de vida, llenas de ilusión.
Pues precisamente por lo feliz que he sido estos cinco años me voy con la ilusión de una maestra novata que empieza (pero de nuevo). Sin expectativas concretas, pero esta vez con los bolsillos cargados de cariño y de ganas de hacerlo bien. Y, sobre todo, con los ojos llenos de sonrisas anchas y miradas cómplices que han creído en mí desde el primer día en que nos encontramos. Habéis sido un regalo.
Para poder seguir, a veces hay que empezar de nuevo. Así que... ¡Vamos allá!