¿Puedes guardarme un secreto?
Hoy en clase me he roto un poquito.
De golpe y porrazo, y sin venir a cuento, uno de mis 27 alumnitos se ha puesto a llorar sin consuelo alguno.
A pesar de haber conseguido que se calmara un poco, seguía sin poder entender lo que le pasaba del llanto que tenía, pobre. Así que lo he cogido en brazos, lo he abrazado fuerte y, aprovechando que estaba conmigo la maestra de PT, me he salido de clase con él.
Después de un rato de abrazo de osa mayor, he conseguido que me contara por qué lloraba así. Y aunque el motivo real se ha destapado al final de la mañana... El que me ha dado en un primer momento, me ha valido de sobra para entender su disgusto. Yo creo que ha sido una mezcla de ambos dos, y que, simplemente, hoy estaba más sensible.
Estábamos pegando flores en unos árboles, y esas flores le han hecho pensar en su abuela, que "se ha muerto hace mucho tiempo".
Y ha sido ahí... En ese preciso momento, cuando yo me he roto.
Le he confesado que yo también lloro mucho cuando pienso en mi padre, a pesar de que en octubre hará ya 4 años que falleció, que no es mucho pero a mí me parece toda una vida.
Le he dicho que yo también lloro así de fuerte, y que me ahogo entre tanta lágrima, porque lo echo de menos, y porque hay muchas cosas, canciones o situaciones que me recuerdan a él. Y que lloro de repente, sin poder controlarlo, cuando me viene, esté donde esté.
Entonces, le he pedido que me soltara un poco para poder mirarme... Y ver así que mis ojos, justo en ese momento, estaban llenos de lágrimas, como los suyos.
Su llanto ha parado, y me ha abrazado aún más fuerte.😊
Es increíble como, la gran mayoría de veces, los niños son mucho más empáticos que los adultos. No sé qué hacemos con esta virtud cuando vamos cumpliendo años.
Yo hoy me he roto un poquito, junto con mi alumno, y no será ni la primera vez ni la última. Soy llorona de catálogo. Y de las que piensan que no hay que tener miedo a mostrar abiertamente los sentimientos, y más en un entorno en el que la humanidad debería gobernar cada segundo... Porque trabajamos con corazoncitos expuestos a mil estímulos, que intentan cuadrar lo que sienten con lo que deben hacer o lo que creen que se espera de ellos. Y eso es un faenón emocional de cuidado.
Parece ser que los maestros también lloramos.
De emoción, de risa, de tristeza o de impotencia.
Bueno, al menos... yo lo hago.
Pero es un secreto.😉