Hoy es el día mundial del maestro. Yo aprovecho para felicitar a mis compañer@s y amig@s, pero sólo a aquellos que, inmersos en esta bonita profesión, se dejan el alma en ella a diario. Porque, como en todas partes, también están los que escogieron magisterio por las famosas vacaciones, porque no sabían qué otra cosa hacer o, quizás, no tenían nota para algo "más".
Pero, ¿sabéis qué? Así a grosso modo, la mayoría de maestr@s a l@s que hoy felicitaría son bellísimas personas y mejores profesionales. Sin embargo, entiendo que soy yo la que anda despistada o la que se ha perdido algo cuando, en las redes sociales, hoy leo por todas partes que los docentes somos poco más que escoria, porque además de no tener ni idea de lo que hacemos ni cómo, nos encanta eso de lamentar nuestra suerte por lo mal considerados que estamos.
De verdad, ¿no se cansa la gente de tanto juicio barato y rápido? ¿La moda "contra docentes" no ha caducado ya para dar paso a la moda "contra bomberos toreros"?
Lo que más me gusta de todos los comentarios y críticas cero constructivas que voy encontrándome, a modo de felicitación, es la ligereza con la que las personas que los emiten, 99% no metidas de manera profesional en este mundillo de mierda y de vacaciones eternas, y el amplio conocimiento que demuestran sobre el funcionamiento de una escuela, la realidad actual educativa y ese largo etcétera sobre el que no aprenderán de verdad jamás porque hace tiempo que decidieron cerrar oídos y ojos y abrir mucho la boca.
Igual a mí me han educado diferente, debe ser eso. Pero se da el caso de que me enseñaron a luchar por lo justo y a reclamar lo mío desde el respeto. Vamos, que para tener razón no me debía hacer falta recurrir al insulto, ni a la infra valoración o al menosprecio. Es por eso que cuando tenga que opinar de un profesional en concreto que me parece nefasto en su sector por algo que me atañe a mí personalmente, o a uno de los míos, no me (perdonad mil veces la expresión soez) "cagaré en los muertos" de todos los de su gremio, básicamente porque mi inteligencia (incluida la emocional, que la tengo a pesar de ser maestra) me permitirá distinguir ese garbanzo podrido de entre todo el montón que no lo están.
Si yo voy al médico, no intento darle lecciones de diagnósticos porque, por mucho que mi padre fuera doctor, me sepa parte del vademécum y le tradujese textos médicos desde mi más tierna adolescencia... no, no soy médico, porque ni he estudiado para ello ni ejerzo como tal.
Si voy a la peluquería, no pretendo saber más que mi peluquera porque leer muchas revistas de estilo capilar, y sacarme imágenes de famosas de Instagram para copiar sus melenazas, no me hace docta en la materia. Vamos, que no tengo ni puñetera idea de tintes, proporciones y manejo de tijeras.
Y así podría seguir hasta el infinito...
Entonces, yo me pregunto... ¿POR QUÉ ESTA GENTE, CON HIJOS EN EDAD ESCOLAR O NO, PIENSAN QUE SABEN MÁS QUE LOS MAESTROS Y MAESTRAS DE SUS HIJ@S O DE L@S HIJ@S DE SUS AMIG@S? ¿Por qué han leído artículos sobre educación en google? ¿Por qué han visto algún vídeo en facebook? ¿Por qué tienen mucho tiempo libre (porque a mí no me da la vida para tanto, vamos, pero será mala gestión, ya que soy maestra y vivo del cuento, de quejarme y de vacaciones permanentes)? ¿O es quizás una falta tremenda de confianza o una ínfima tolerancia al error del de enfrente?
Si es por esto último, la solución es bien fácil: cambio. De toda la vida, vamos. A mí no me gusta mi peluquero porque un buen día me deja el pelo parecido al de Eduardo Manostijeras, y al siguiente aún peor, pues yo no vuelvo. Si tengo la mala suerte de acudir a un médico que equivoca más de una vez su diagnóstico o cuyo trato no me parece el correcto, cambio. Si la carnicera a la que voy me vende mal género o, simplemente, no coincide conmigo en la definición del término "calidad"... me voy a otra carnicería. Pero no por todo esto voy a despotricar de todo el resto del sector, porque seguro que los hay decentes y buenos, muy buenos.
Así que no, no se trata ni de victimismos, ni de gusto por las quejas ni de nada vinculado al género teatral del drama. Se llama cansancio y tristeza.
Cansancio y tristeza porque yo conozco muchos docentes que trabajan ideando clases con el corazón, que pasan horas planeando nuevas formas de enseñar para evitar el aburrimiento, la monotonía y el sin sentido de repetir como un loro. Docentes que creen que a leer se aprende leyendo por placer y no por obligación, y que a sumar se aprende coleccionando zomblings, pokemons o magikis. Docentes que lo que quieren que sus alumnos aprendan primero es a vivir y dejar vivir, a respetarse y valorarse a sí mismos para luego poder respetar y valorar a los demás. Docentes que creen que sus alumnos necesitan jugar, divertirse y ser felices y que, como consecuencia de todo esto, aprenderán con mucho más éxito que si se les impone sin interesarse por sus gustos o sus preocupaciones. Docentes que dejan el libro a parte cuando toca hablar de muerte porque un alumno ha preguntado por ello, que dejan el libro a parte cuando la atención se está yendo de viaje y salen al recreo para cambiar de aires y seguir la clase allí, que dejan el libro a parte porque son conscientes de que se aprende mucho más vivenciando que memorizando.
Yo conozco DOCENTES DECENTES, con todo lo bonito que estas dos palabras conllevan. Y, además, puedo decir sin miedo, sin vergüenza y olvidando las falsas modestias, que yo soy una de ellas, y que me equivoco cada día, que aprendo a diario de mis errores y, sobre todo, de mis alumnos. Y... ¡que adoro mi profesión! Porque, con sus días mejores y sus días peores como en todas, es la única que está llena de sonrisas cómplices a cada minuto, de abrazos espontáneos y de dibujos dedicados con infinitas frases bonitas. Y todo esto a pesar de los adultos y su aburrido mundo de críticas, juicios y ganas de bronca.
¡FELIZ DÍA DEL DOCENTE A TOD@S L@S MAESTR@S DE CORAZÓN! 😊💗😘